No estamos en los 80

Parece que entre unos y otros existe un especial interés en presentar dos versiones del PSOE

A nadie puede extrañar que dirigentes socialistas que tuvieron relevantes responsabilidades públicas en el pasado se sientan en la necesidad o en la obligación de manifestar su opinión sobre la actual situación política, incluso, sin ocultar discrepancias sobre lo que está sucediendo. Están en su legítimo derecho. Lo que sorprende es la acritud y rotundidad con las que manifiestan esas críticas. De personas que han participado de las limitaciones y dificultades que siempre presenta el ejercicio del poder cabría esperar algo más de empatía y comprensión con los actuales gobernantes, máxime si los que opinan son del mismo partido político. Decepciona que en estas intervenciones esporádicas de los antiguos dirigentes afloren las críticas a la gestión política sin atender a las especiales dificultades del presente, como si la situación actual fuera igual que en los tiempos en que ellos gobernaron, cuando no conocieron, ni por tanto tuvieron que convivir con mayorías frágiles que requieren complicados gobiernos de coalición en un panorama parlamentario pluripartidista. Valorar la situación presente sin atender a estas circunstancias puede ser un ejercicio reconfortante de nostalgia, muy jaleado por determinada prensa, pero que aporta muy poco a la generación que ahora le corresponde enfrentarse a los problemas si no se hace el esfuerzo de señalar soluciones realistas y viables.

Parece que entre unos y otros existe un especial interés en presentar la existencia de dos versiones del PSOE. Una, la tradicional, representada por los dirigentes de los años ochenta y noventa y algunos dirigentes regionales, de firmes principios y convicciones; y otra, la actual, de escaso anclaje ideológico, oportunista y coyuntural, sin más vocación que capear el temporal para mantenerse en el poder. Se ha llegado al absurdo de pensar que los actuales dirigentes del PSOE, y la amplia mayoría de la militancia que los apoyan, se encuentran encantados y felices de tener que gobernar en un frágil y complicado gobierno de coalición, y teniendo que pactar con partidos separatistas para poder alcanzar la gobernabilidad de este país. Como si esta fuera una situación buscada y deseada. Lo único que ocurre, y no es tan difícil entenderlo, es que la situación política no es como antes, de pacíficas mayorías estables y que la tarea de gobernar exige estos sacrificios y limitaciones, aunque sean dolorosos, pero que en ningún caso deben interpretarse como traición, sino como responsabilidad.

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