Tiempo Un frente podría traer lluvias a Málaga en los próximos días

Ayer se cumplían cuarenta años del gran triunfo electoral del PSOE de Felipe González en 1982. Aquella mayoría de 202 escaños constituye un hito de nuestra democracia. Son varias las razones que explican el amplísimo respaldo que la sociedad española dio a los socialistas. Probablemente la primera sea el liderazgo de Felipe, que unos años antes había protagonizado el acontecimiento que moldearía al PSOE como partido de gobierno. Cuando, tras un convulso 29º Congreso, consiguió imponer sus tesis de abandono del marxismo. Pretendía que la retórica del partido se adecuase a la práctica, llevar a una organización sumamente ideologizada a la centralidad política. Adecuar lo ideológico a la praxis de un partido que había tenido un papel decisivo en el consenso y redacción de una Constitución que consagraba la separación de poderes, la economía de mercado y el Estado social y de derecho. Esa centralidad política por la que apostó Felipe fue lo que le permitió articular esa gran mayoría que, más allá de su electorado natural, le dio un apoyo tan amplio. De aquel proceso congresual de 1979 salió una potente organización dirigida por Alfonso Guerra y liderada por Felipe González. Sin lugar a duda, la debacle de la UCD favoreció la amplitud del éxito. Pero en aquella sociedad española había, después de la dictadura y de una transición convulsa, un deseo de cambio que el PSOE supo interpretar. Había, a pesar de los problemas económicos y políticos por los que atravesaba el país, una enorme esperanza en el futuro y en la consolidación de la democracia. El PSOE y su líder fueron quienes mejor conectaron con esa idea de modernización a la que aspiraba la gran mayoría social. Se consolidó la democracia, nos integramos en Europa, se puso fin a la cuestión militar, se universalizaron la educación y la sanidad, se desarrolló el Estado de las Autonomías, etc. Además de tener que afrontar enormes retos inmediatos: una alta tasa de inflación, el desempleo, la crisis industrial y financiera, la carencia de infraestructuras, el terrorismo de ETA, etc.

Da vértigo contemplar todo lo ocurrido a lo largo de estas cuatro décadas, pero posiblemente el rasgo que más diferencia esta época de aquella sea la distinta forma de percibir el futuro. Si entonces se veía con esperanza, hoy tenemos sobradas razones para verlo con miedo e incertidumbre. Esa probablemente sea la verdadera escisión entre el presente y aquel ayer.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios