¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Bar Home

Aquí estamos todos, en el bar Home, pendiente de lo que vota la pija del Upper East Side o el warrior-palurdo de Kansas

Hace unos años, uno de los periodistas más cursis de la televisión española, perpetrador habitual de edulcoradas e impostadas crónicas culturales, presumió de que había aprovechado unos días de vacaciones para viajar a Washington y asistir entre la multitud a la toma de posesión del presidente Obama. No se nos ocurre peor manera de pasar unos días de asueto, pero cada uno es dueño de sus equivocaciones y víctima de sus esperanzas. Aquel ataque de obamismo del egregio reporter, sin embargo, simboliza a la perfección la epidemia de infantilismo y novelería que padecemos los españoles cuando llegan los comicios norteamericanos. Personas que no sabrían nombrar a más de tres concejales de su Ayuntamiento -que es donde se deciden muchas de las cuestiones que le afectan directamente- son capaces de analizar la importancia de Ohio o Nebraska en la pugna Biden-Trump, o de apasionarse hasta las lágrimas en la defensa del candidato demócrata. Al republicano sólo tienen el valor de reivindicarlo los intelectuales gamberros -más por joder que por otra cosa- o los muchachos de Vox, a quienes les parece bien todo lo que le amargue el desayuno a Noam Chomski. En temas USA la inmensa mayoría pertenece a ese consenso-progre -gran hallazgo abascaliano- que sufre en silencio durante el recuento en Arizona, Nevada y Georgia (qué hermosa sonoridad, por cierto, la de la toponimia gringa).

Como siempre tendemos a sublimar nuestros actos, decimos que este interés por la política yanqui se debe a que todo lo que allí ocurre nos termina afectando de algún modo, argumento que por otra parte es irrebatible. Pero también nos incumben en gran medida las elecciones alemanas y todavía no hemos visto a nadie arrebatado de odio o amor ante una foto de Merkel. Más bien, este furor se debe a nuestra ya permanente dependencia del espectáculo (los comicios norteamericanos lo son a lo grande, como bien sabe Trump) y, sobre todo, como en su día denunciaron los malditos de la Nouvelle Droit, a la colonización cultural que sufre Europa desde la II Guerra Mundial. No recordamos muy bien -quizás fue Chumy Chúmez- quien, en los años del turismo yeyé, dibujó una viñeta en la que un paisano con boina calada y barba cerrada pintaba en un muro: Yanqui, go home, para luego añadirle una flecha que señalaba a una tasca llamada Bar Home. Pues ahí estamos todos ahora, en el Bar Home, pendientes de lo que votan la pija moderna del Upper East Side o el warrior-palurdo de Hutchinson (Kansas). Triste fin para el imperio del eterno sol.

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