YO diría que el barroco es aquel estilo que deliberadamente agota sus posibilidades y que linda con su propia caricatura…yo diría que es barroca la etapa final de todo arte, cuando éste exhibe y dilapida sus medios…". Esto decía Borges en su Historia universal de la infamia.

Cualquiera diría que la derecha española está en su época más barroca, rozando la "histeria política" que inventó el politólogo húngaro István Bibó. También fue Bibó quien investigó el proceso por el que algunos estados democráticos eran incapaces de cumplir sus propias normas y cómo la palabra "democracia" sufría, a menudo, un uso tan extensivo que arrastraba una mala aplicación.

Me temo mucho que los momentos de histeria que estamos viviendo no son una anécdota. Los exabruptos de Aguirre, las mentiras de Barberá, el bloqueo de Bonilla y las ocurrencias de Nieto son algunos ejemplos de mala educación y de falta de esa cultura democrática, tan necesaria en los momentos de derrota electoral.

Durante el siglo XVIII, el término barroco tuvo un sentido peyorativo, con el significado de engañoso, caprichoso, subrayando el exceso de énfasis y la abundancia de ornamentación, a diferencia de la racionalidad más clara de la Ilustración. Los años de gobierno de la derecha han hecho de nuestro país un ornamento exagerado y excéntrico, que no satisface las necesidades de los ciudadanos, convirtiéndolo en un Estado que se preocupa más de sus símbolos que del motivo de las pitadas de los ciudadanos a esos mismos símbolos, meras convenciones sociales.

Hay quien, como Hernando -portavoz, por ahora, del PP en el Congreso-, califica a la sociedad de enferma por pitar a uno de esos símbolos. Hay quien defiende estos actos como un ejercicio de libertad de expresión y hay quien piensa que merecen pena de cárcel los que ultrajaron el himno nacional. Con todos mis respetos, me parece todo una solemne y muy patriótica chorrada. En estos días, España me recuerda una obra que puede verse en el Louvre. Se trata de un cuadro que Rigaud hizo a Luis XIV, ya saben el Rey Sol, aquel que encarnó el prototipo de monarquía absolutista, institución que, junto a la Iglesia, utilizó el arte como medio propagandístico. Por suerte, estamos al final de una época y, al igual que los franceses se cansaron de aquel "el Estado soy yo" de 1712, los ciudadanos de 2015 hemos dicho que no nos gusta el barroco, que preferimos la transparencia de lo ilustrado.

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