ES lógico que, a mes y medio de las elecciones autonómicas, el PSOE andaluz esté haciendo de la necesidad virtud, e intentando dar la impresión de que lo ocurrido en el congreso de Sevilla no ha introducido una serie de bombas de efecto retardado en su estructura orgánica. Vale, es lo que el librillo dice que hay que hacer, pero por mucho que quieran cerrar filas ahora, la división interna, que se hizo patente en los prolegómenos congresuales, sobre todo por la incapacidad de hacer cumplir la consigna ininteligible de neutralidad activa dada por Griñán, se ha hecho evidente, aunque no ha llegado la sangre al río, a la hora de confeccionar las listas al Parlamento andaluz.

En ese proceso, los disidentes del aparato regional, y confesos rubalcabistas, tutelados en la distancia por la benigna mano de Gaspar Zarrías, han reivindicado sus cuotas, con mayor o menor éxito, según los sitios. Pero ha quedado bastante claro que, por una parte, están los que hoy mandan, o lo parece, en el PSOE andaluz, y los que no quieren que sigan mandando y ni siquiera que lo parezca.

Por tanto, éstos han sido los preliminares de la verdadera guerra. La que se va a producir una vez que, pasadas las autonómicas, se rompan los muros de contención que impone un periodo electoral. Y, según lo que pase en las elecciones, los objetivos y las condiciones de esa guerra serán diferentes. Así, en el caso de que el PSOE conservase la Junta, aunque fuese con la ayuda de Izquierda Unida -aunque esta posibilidad, al tenor de las encuestas, parece alejarse cada día más- convertiría a Griñán en un peso pesado dentro de socialismo español, dándole a esa presidencia no ejecutiva que ostenta ahora el respaldo que le daría el ejercicio del poder en el último reducto socialista. Aquí, en Andalucía, con el BOJA en la mano, sería mucho más fácil el mantenimiento, al menos en parte, de la actual estructura orgánica.

Pero hay otro escenario mucho más probable, y es que la mayoría absoluta del PP los desaloje de la Junta. Si así fuese, se romperían todas las barreras que ahora existen, aunque muy resquebrajadas, y se abriría el cajón de las facturas sin pagar. Quienes hasta ahora, por responsabilidad, por interés o por miedo, no se han atrevido a romper la baraja, se pondrían detrás de quienes tocasen el cornetín del degüello interno partidista, contra aquellos a quienes culparían del último, y definitivo, descalabro electoral, que dejaría al PSOE sumido en la indigencia institucional, con las consecuencias políticas, económicas y personales que eso conlleva. Entonces será la guerra, ahora es sólo batalla con sordina.

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