Me van a permitir que no escriba aquí sobre Pedro Sánchez, ni sobre Juanma Moreno, ni sobre el Aquarius, ni sobre los desgraciados de la manada. Es que ayer me sucedió algo terrible: comprobé que uno de los nuevos proyectos teatrales seleccionados para su producción en Factoría Echegaray era de Nacho Albert, cogí el móvil para enviarle un wasap y darle la enhorabuena y justo entonces caí en la cuenta de que Nacho había fallecido hace unos meses. Menudo corte, dirán. Pues sí: como si un piano me hubiera caído encima. Mi relación con Nacho no era muy fluida, no éramos amigos del alma ni nada de eso, pero yo seguía su trabajo y en los últimos tiempos, dado nuestro quehacer teatrero, nuestro vínculos se había reforzado un tanto. Y seguramente por esto, por no verlo todos los días, ni todas las semanas, me cuesta más hacerme a la idea de que ya no está. Pensé en todos los libros que quedaron por escribir, en todas las obras que quedaron por montar, todas las películas que no se van a rodar, y sólo se me ocurría una palabra: mierda. Casi de inmediato, sin embargo, el anuncio de que pronto podremos ver el estreno de una obra suya vino a aliviarme un tanto. Dentro de poco saldrá también la edición de su poesía completa, así que ya ven, su obra sigue circulando, creándose, aunque Nacho no conteste al wasap. Recuerdo que hace años, demasiados ya, tuve una sensación parecida con la muerte del cantautor Ernesto Tirado, al que conocí bien y con el que compartí algunos bolos en un pasado musical que me queda ya casi tan lejano como el de la infancia. Ernesto murió cuando era muy joven y todavía, a veces, poco después de perderlo, me entraban ganas de llamarle y contarle, Ernesto, han abierto tal garito, hay tal concurso, podrías probar suerte ahí. Me gustaban las canciones de Ernesto, su querencia a lo Kiko Veneno, su poca vergüenza (Yo soy grunge / y tengo los pantalones caíos). Y me gustaba tocar con él la guitarra, o el bajo, en algún bar. Hasta que ya no me quedó razón para llamarle.

Entonces, cuando Ernesto murió, alguien tuvo la feliz idea de bautizar con su nombre uno de los premios del certamen musical Málaga Crea. Conforme fueron pasando los años, yo fui dejando la música (afortunadamente para ella) y comenzaba a perder el tiempo en otras cosas, me reconfortaba ver el nombre de Ernesto Tirado en cada convocatoria, como si él siguiera ahí, cantando, igual de joven, mientras los demás nos hacíamos viejos prestando excesiva atención a lo que no la merece. Por eso, creo que más allá de la perdurabilidad de la obra de Nacho Albert, que será larga, creo que Málaga, para la que Nacho fue un dinamizador cultural sin parangón, debería concederle un recuerdo perenne, algo que cuando pasen muchos años nos permita recordarlo tal y como era cuando se marchó. Pienso en el Festival de Teatro, en un premio honorífico a creadores escénicos que lleve el nombre de Nacho Albert. Sería bueno para todos. Y yo le mandaría un wasap para felicitarle.

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