calle larios

Pablo Bujalance

Bienvenidos al hundimiento

Aceras arrebatadas a los peatones, charcos, un hedor insoportable, restos metidos en los portales, turistas asombrados, aves e insectos: Málaga ofrece la peor versión de sí misma

UNA mujer camina por la Plaza del Teatro con paso fatigado. Arrastra un carrito de la compra, viste un pijama rosa y un abrigo raído y se cubre la cabeza con un pañuelo. Los rasgos de su rostro, surcado de arrugas debajo de unas gafas anchas y redondas, no son árabes. Se acerca al montón de basuras, deja el carrito aparcado a su lado y empieza a hurgar entre las bolsas. Se mueve con pericia entre el muro de detritus, que la sobrepasa generosamente en altura. Sin abrir las bolsas, parece tener muy claro lo que busca. Selecciona tres o cuatro y las mete en el carrito. A escasos metros pasan dos hombres con pintas de ejecutivos que se tapan la nariz haciendo ostentación del gesto y sin dejar de hablar sobre cierta cantidad que al parecer les debe un tercero. A poca distancia, en la calle Hernán Ruiz, que hace esquina con Comedias, el paso es prácticamente imposible: la basura colapsa la vía por completo, de manzana a manzana. Muchas bolsas están abiertas, de manera que la podredumbre se dispersa en un extenso río donde yace una paloma muerta. Pero no todo el mundo pierde en la contienda: a la misma hora, en el Paseo de Juan Temboury, las gaviotas dan con su memorable festín mientras los turistas que salen de la Alcazaba atrapan el momento con las mismas cámaras que antes han empleado en la fortaleza nazarí. En Carretería, casi a la altura del cruce con Andrés Pérez, la acera está impracticable y los peatones disponen apenas de un palmo de suelo para pasar de perfil; una madre lleva a su bebé en un carrito y se ve obligada a bajar a la calzada, donde el tráfico no es escaso. Similares estampas acontecen en la calle Mármoles, donde a una y a otra acera el tránsito de los peatones está obstaculizado. En la Trinidad todo está hecho unos zorros, con montones de basuras desperdigadas a lo largo y ancho del barrio. En la calle Padre Jorge Lamothe, a las puertas de la casa hermandad de Humillación y Estrella, han ardido dos contenedores y la miseria quemada ocupa por igual la acera y la calzada. Pero junto a los contenedores que no han ardido, en el entorno cercano de El Corte Inglés, uno puede encontrar mucho más que bolsas: excusados completos o seccionados, estanterías, discos de vinilo, puertas, libros, colchones, butacas, prendas de vestir, percheros, jaulas para pájaros y medicamentos forman parte también de la marea. Al sol del mediodía, son los restos orgánicos travestidos en gusaneras los que convocan sin remedio a los insectos. La naturaleza sigue su curso. En una calle como Pozos Dulces, donde no hay contenedores sino que los vecinos dejan las bolsas de basura en las puertas de las casas, el tránsito es igualmente peligroso. En la Plaza de la Merced hay vidrios rotos frente al obelisco mientras el edificio del cine Astoria se cubre en la esquina con María Guerrero de un ejército de bolsas. El hedor es insoportable. Los charcos invitan a mirar al suelo para no sufrir un trance aún peor.

Pero también en una huelga de basuras se perciben diferencias entre el centro y los barrios. En el corazón de la ciudad los montones crecen sin aparente control, pero las calles en las que no hay contenedores se conservan razonablemente limpias. En La Victoria, sin embargo, los estragos del viento son definitivos: la basura está metida a saco en los portales. Las dos aceras del Compás, frente a la iglesia, son un vertedero para resignación y rabia de los propietarios de los bares que plantan aquí sus terrazas. Similares estampas se encuentran en Carranque, en la calle Virgen del Rocío, cerca de la iglesia de San José Obrero y del mercado; así como en Huelin, en la avenida Sor Teresa Prat y en Los Guindos; o en la Cruz de Humilladero, en Santa Julia, en el Camino de San Rafael y en La Unión; e igualmente en El Palo, en Echevarría y en Pedregalejo. En El Limonar y Cerrado de Calderón los contenedores están repletos y hay algunas bolsas en el suelo, pero la dispersión es mucho menor.

De vuelta en el centro, en Especerías, dos abuelos de gorra y bastón se preguntan hasta cuándo durará esto: "Qué lastima de Málaga", dice uno, el más alto, mientras aparta con el pie una piel de plátano desplazada de un contenedor atestado. Muy cerca, un joven toca el piano en un comercio cercano. También el hundimiento reclama su banda sonora. Las mujeres y los niños, primero.

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