La pandemia del coronavirus está tensionando tanto el funcionamiento de las bolsas que los expertos empiezan a debatir sobre la conveniencia de su cierre. Antecedentes hay: en Estados Unidos se cerraron varios días tras el 11-S; en Filipinas acaba de hacerse ahora sine díe. Para los que lo consideran indispensable, lo que hoy está cotizando irracionalmente es el pánico por la incertidumbre, una situación absolutamente excepcional que provoca la retroalimentación misma del caos: cuantas más medidas se anuncian, más miedo tienen los inversores, más caen las bolsas y más terror generan esos desplomes a nivel social.

Frente a tal demanda, creo que minoritaria, muchos otros analistas estiman que cerrar el mercado no es una opción: si así se hiciere, dejaríamos sin liquidez a una parte importante de la economía, impediríamos que los inversores pudieran deshacer posiciones en cualquier contexto, nada garantizaría que no se exacerbara todavía más la volatilidad cuando se reanudasen las operaciones, se dificultaría, y mucho, la capacidad estatal para captar fondos en un mercado estático de bonos y suprimiríamos el acicate que para gobiernos y bancos centrales implica el termómetro de las bolsas (éstas denuncian ineficiencias y si se acallaran tales alarmas, las decisiones impopulares dejarían de tomarse).

Hay una tercera opinión, desoladora, que entiende el daño hecho. Si no se han cerrado ya, clama, ¿para qué ahora?

Cabe preguntarse, además, si eso, el cerrar, es posible y fácil. Lo primero sí; lo segundo no. En el caso de España, aunque las bolsas internamente dependen de la CNMV, en última instancia, para clausurarlas, tendrían que ponerse de acuerdo, a iniciativa del BCE, todos los países de la UE, algo que no parece tarea nimia ni rápida. Otros mecanismos aquí activados (como la prohibición de las operaciones en corto o el blindaje de determinas empresas frente a opas hostiles extranjeras), aunque de alcance limitado, dejan encajada la puerta de la Bolsa, no exigen consensos multitudinarios y obvian las contraindicaciones del cierre total.

Los mercados bursátiles están como están. Nadie se atreve a pronosticar el escenario del día después. La volatilidad es máxima y las caídas, históricas. Jamás, ni en las Guerras Mundiales, se ha vivido una coyuntura como la presente. En esas condiciones, ¿puede alguien asegurar que nunca se tomarán resoluciones drásticas? Quien esto escribe desde luego que no.

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