Esta mañana he llevado a mi niña al cole. Llevaba un planetario chulísimo que ha hecho con sus manitas. No sólo conoce los nombres de los planetas del Sistema Solar: maneja con soltura datos relativos a densidad, distancias y hasta atmósferas que yo ni siquiera me olía cuando tenía diez años, la edad que ella tiene ahora. Reparaba en esto mientras me acordaba de las declaraciones de la ex ministra Tejerina sobre los escolares andaluces. Hace ya mucho tiempo que sabemos que denigrar a los niños de la comunidad (no al sistema, ni a la administración, ni siquiera a la institución escolar: directamente a los niños) le sale a devolver al PP cuando tenemos convocatoria de elecciones autonómicas. Pero esta vez me quedo con la reacción de Juanma Moreno Bonilla, quien no tardó en poner a Tejerina en su sitio mientras afirmaba que "los niños y los profesores andaluces son de diez". Sí, de eso se trata: cuando hablamos de educación salen a la palestra con demasiada facilidad datos, rankings y comparaciones por las que se mueren de gustito los tecnócratas. Pero a menudo olvidamos que al hablar de educación lo hacemos, antes que de cualquier otra cosa, de personas. De esas personas que, por muy estupendos que nos pongamos, comparten hoy procesos educativos mucho más ambiciosos, completos, modernos y adaptados al presente de los que acontecían sólo en la generación anterior. Empiezo a estar cada vez más convencido de que Moreno Bonilla representa la derecha moderada que este país necesita, la que presta atención a los ciudadanos no en virtud de etiquetas sino como tales, la que conserva aún, tal vez, el ligero rescoldo humanista que se le presuponía. Sí, conviene decir también estas cosas. Sobre todo cuando, precisamente por esto, e igualmente estoy de ello cada vez más convencido, buena parte del PP nacional tiene señalado a Moreno Bonilla entre sus peores enemigos. Véase la exhibición delirante de Casado y Montserrat para refrendarlo.
Seguimos, en todo caso, anclados en la deriva liberal que imprimen criterios como el informe PISA, que no es ni el único ni el más fiable. Podríamos establecer comparaciones territoriales, si de esto se trata, a partir de los premios nacionales de Bachillerato, en los que triunfan cada año los alumnos de institutos públicos andaluces. Más lamentable aún que el escarnio gratuito es la pacata visión de la escuela como un supermercado en el que el cliente puede comparar los productos y llevarse a casa los que más le convengan. Eso sí, la defensa de la escuela andaluza nunca debe, por muy justa y necesaria que sea, servir para camuflar y desatender los muchos y agudos problemas que la educación arrastra desde hace demasiado tiempo en la región, en lo relativo a dotación material y tecnológica, abandono escolar, integración, burocratización y el castigo sintomático a un profesorado nómada y abandonado a su suerte. Primero, lo urgente. De lo otro, hablamos.
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