Borrell es el peso más pesado del leve Gobierno de Sánchez, aunque el tiempo ahueca los huesos, y hasta los cuerpos más rotundos pierden su consistencia: menguar, ser invisible ante un público en perpetuo cambio y desparecer es sólo cuestión de tiempo. El currículum del ministro de Exteriores es impresionante, aunque en él no figura su prepotencia. Y tiene borrones. El último, esta semana: la CNMV ha sancionado al hoy titular de Exteriores por utilizar información privilegiada en la venta de acciones de Abengoa por parte de un familiar: "Vende ahora, que esto se va al garete". Una compañía jibarizada y en reconstrucción de la que era consejero cuando la joya tecnológica y ambiental empezó a oler muy mal; un caso de puertas giratorias o, al menos, el enésimo aterrizaje sospechoso en una compañía que se rozó mucho con la larga carrera política del socialista catalán. Se trataba de 9.000 euros en acciones. El pariente hubiera perdido esa cantidad como mucho. Pero es una falta grave: ¿por qué no concluir que debió cometer otras, no descubiertas?

Y Rufián. Dijo Roosevelt sobre el dictador nicaragüense Tacho Somoza: "Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta". Como el joven político de ERC es de insultar como actitud de entrada, proceso y salida -o sea, por sistema-, aplicaremos esa frase a Gabriel Rufián: es el doberman del crisol indepe, en el que cohabitan burgueses, élites industriales y botigers, anarquistas rurales de última generación y resucitados de Carod-Rovira… a quien casi hace bueno, al menos por las formas, el histrión Rufián, de profesión, sus ofensas; navegante en aguas superficiales, con el odioso ruido de las motos de agua frente a una playa. Escribió Martín Domingo aquí del killer de Santa Coloma: un "charnego amaestrado", candidato a "guarda de la finca de la adinerada burguesía catalana". El broncas buscó su expulsión del Parlamento, en su búsqueda de repercusión a toda costa. Y de algo más, que quizá no ponderamos: su objetivo son las instituciones, las españolas. Lo muy preocupante es que existe una coincidencia entre esa aspiración de desmontaje o hasta voladura del Estado español con la de la izquierda organizada en planetas-franquicia territoriales.. Rufián y sus aliados de embarque secesionista tienen en común algo con Podemos: van a por la Monarquía, La Justicia y el Parlamento. O sea, a por todo. El numerito grotesco de Rufián y ERC, con o sin escupitajo a Borrell, forma parte de una estrategia de acoso y derribo. A la grande.

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