¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Burbujas

Se educa en una burbuja, como en aquella película de Travolta antes de convertirse en el gran chuleta de 'Grease'

He tenido que consultar su nombre antes de escribirlo: Simone Biles. Hace unos días no sabía ni que existía. Sin embargo, su foto será probablemente la que pase a la historia de estos extraños Juegos Olímpicos nipones. Y todo por petar. La entiendo. A mí me dan ganas de decir algunas veces: se acabó, me voy, no quiero que el corazón me reviente sobre un ordenador, como a Stieg Larsson en la redacción de la revista Millennium. Pero después recuerdo lo mucho que me gusta escribir e ir entrevistando a gente por ahí, como un pollo sin cabeza. También, claro, las facturas y esos inconvenientes propios de la vida moderna. Hay gente que se ríe de Simone Biles. Cabrones siempre los hay. Dicen con aire de suficiencia que los atletas de élite tienen que saber soportar la presión y todos esos argumentos tan propios del resentimiento social. Olvidan que no se llega a ser Biles, al parecer una crack de la gimnasia artística, sin antes haber demostrado que se es capaz de aguantar sobre la psiquis un rebaño de elefantes. También que todos podemos quebrarnos en cualquier momento. En las guerras suele pasar. Cuentan que el general Silvestre, al comprender la dimensión del desastre de Annual, acabó con la mirada perdida diciendo: "corred, corred, que viene el coco". Nunca encontraron su cadáver. Unos dicen que se suicidó, otros que cayó como Custer, con las botas puestas, luchando junto a algunos miembros de su estado mayor.

Hace no mucho, algún diputado del PP se cachondeó de Íñigo Errejón porque habló del problema de la salud mental en una sociedad que mima los cuerpos y destroza las mentes. Hay veces que el Congreso de los Diputados tiene más de aprisco que de hemiciclo. El diputado izquierdista tenía razón, aunque omitió las razones de las angustias contemporáneas. Hay muchas. Una de ellas, no menor, es que educamos a los hijos como babosas sin carácter. Ya no hay maestros que nos pongan el capirote por burros, ni sargentos que nos llamen "muñón" por perder el paso en la formación. Ni siquiera nos pueden decir feos. Se educa en una burbuja totalmente ajena a la realidad, como en aquella película de Travolta antes de convertirse en el gran chuleta de Fiebre de Sábado Noche y Grease. El chico de la burbuja de plástico, se llamaba, y planteaba el eterno dilema entre libertad y seguridad. Creo recordar que nuestro John, un enfermo sin apenas defensas inmunológicas, terminó mandando al carajo la cápsula en la que vivía para unirse a la heroína. "Al toro hay que agarrarlo por los cuernos", decía mi padre cuando se ponía filósofo. Alguna cornada se recibe, pero después se puede chulear de cicatrices en los bares.

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