El espontáneo

Juan Cachón Sánchez

Caligrafía

CREO que lo que le marcó gran parte de su vida a Ricardito fue que tía Casilda le dijera de pequeño "este niño promete". Lo dijo con solemnidad cardenalicia, fue como si le diesen el viático del futuro con tafetán. Y todo eso se debió a que a Ricardito le sorprendió tía Casilda haciendo caligrafía. Convocó a toque de cornetín a toda la familia en la mesa del comedor. El comedor tenía las dimensiones del cubo de Moneo, pero como éramos una familia de posibles, papá, que era muy caprichoso, tenía un tranvía en el comedor, entre el trinchero y el aparador, y cuando salíamos a pasear, Timoteo, el portero que fue entrenador de boxeo de Paulino Uzcudun, lo bajaba al zaguán para dar un paseo por los bulevares, el trole nos servía de antena para oír el parte radiofónico de Andorra. Fue entonces cuando tía Casilda sentenció:

-¿No os habéis fijado lo bien que Ricardito hace la caligrafía? Y en la z lo bien que escribe zoquete, y eso según las premoniciones de tía Casilda ya demuestra que promete.

-¿Pero qué es lo que promete?, preguntó la visita que todos los jueves por la tarde venía a casa a tomar torrijas con chocolate. La visita en cuestión estaba formada por un viudo, empleado de correos, y una vicetiple coja que lo que le producía morbo era lo bien que pegaba su amor los sellos con saliva mezclada con el humo del tabaco, cuando todavía el tabaco era cosa de hombres y no mataba, mataba más el hambre, y lo único que contenía era unas estacas que servían para hacer corsés.

Tía Casilda tenía bigote y sobre todo una verruga que parecía un bonsái, siempre vestía de alivio de luto, estuvo soltera, como corresponde a una tía política, aunque ella en el barrio decía que había enviudado tres veces, la primera de un cabo de la Benemérita que murió en acto de servicio, un mutilado de guerra que viajaba gratis en el Metro y un sastre de camisas de popelín a la medida. Tía Casilda se ensortijaba el pelo con bigudís de plomo de metralla que conservaba de la batalla del Ebro, decía que se parecía a Edith Piaf porque cantaba con voz profunda Mambrú se fue a la guerra en francés. Nunca supimos en la familia lo que prometía el primo Ricardito con aquellas zetas que siempre odié, pues a mí lo que me gustaba era mirar por el ojo de la cerradura y cometer actos impuros.

Hace pocos meses me enteré de que el mayor exportador de vinos y sacacorchos de California es un tal Rick's, que ha lanzado la revista Como enriquecerse con la letra z. Su fortuna tiene más ceros que las bombas que lanzaron los aliados sobre Varsovia y Berlín. Patrocinó la campaña de Arnold Schwazenegger a condición de que se tatuase en el glúteo derecho la letra zeta. Me afeité de memoria e intuí que sería el primo Ricardito, no podía ser otro. Esto me ha cambiado la vida, lo único que hago compulsivamente es hacer caligrafía y poner el mayor empeño en la letra zeta.

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