calle larios

Pablo Bujalance

Cambio Torre del Oro por Equitativa

Pues parece que la idea de establecer una alianza entre Málaga y Sevilla sólo perseguía un afán recaudatorio Qué pena Se podría emprender un diálogo cultural más profundo

TREINTA y cinco años después de la Constitución de la Autonomía en Andalucía, alguien ha caído en la cuenta de que Sevilla y Málaga pueden conseguir más cosas juntas que por separado. Bueno, es un comienzo. El continuo agravio que desde entonces se ha servido en crudo a los malagueños respecto a la capital, engordado por nefastas políticas de la Junta y alimentado aquí por estamentos de muy distintos órdenes, ha seguido intereses principalmente políticos: se trataba de que los de siempre se lo llevaran calentito mientras a la plebe se la llevaban los demonios con la Expo y demás injusticias. Pero ahora soplan vientos nuevos, la política es distinta (o se esfuerza en parecerlo; al cabo, como diría Lampedusa, para que siga siendo exactamente lo mismo) y los intereses parecen estar en otra parte. Así que los 205 kilómetros que separan ambas ciudades (a lo mejor tendría aquí Charles Dickens material para otra novela) no van a ser impedimento para que Málaga y Sevilla coordinen sus esfuerzos y persigan objetivos comunes, estrategia que cuenta con la bendición arzobispal de Susana Díaz porque, según parece, a los almerienses les parece estupendo que las dos urbes mayores del Reino hayan decidido articular el asunto, dejadnos el barco que ya lo guiamos nosotros. Y tampoco deja de resultar significativo que Francisco de la Torre, el alcalde emérito que se permite dar lecciones sobre la vida después de la política (en una pirueta inclasificable parecida a la que firmó Benedicto XVI cuando dijo que nada en el mundo demuestra la existencia de Dios), haya aceptado tender la mano apenas tres minutos después del desahucio de Zoido y la llegada al Consistorio hispalense del socialista Juan Espadas: ni Winston Churchill llegó a demostrar semejante querencia al pragmatismo. Es una pena, no obstante, que hasta el momento De la Torre y Espadas se hayan referido al invento tan sólo en virtud de una petición común de fondos europeos: juntemos las boquitas a ver si así nos hacen más caso ahí fuera. Para colmo, los ediles señalaron como precedente de este cordial entendimiento el proyecto universitario Andalucía Tech: jamás algo con un nombre tan bonito ha servido para tan poco. Si de eso se trata, apañados vamos.

Un servidor considera que, dado que el agravio ha sido mucho, se podría aprovechar la coyuntura para corregir ciertos dislates históricos a través de un diálogo cultural más profundo. Y no, no me refiero a que ondee en la Casona del Parque la enseña blanca y roja cuando el Sevilla gane la Europa League; pero sí a llevar a cabo ciertos intercambios. De entrada, si Málaga pasase a considerar Sevilla como un asunto propio, tendría arreglado de sopetón el problema del río: el Guadalquivir lleva agua como para plantar una noria gigante en la orilla, con puerto y todo. A partir de aquí, todo sería cuestión de ir probando cosas y comprobar que no duele tanto. ¿Recuerdan cuando el antiguo concejal Damián Caneda propuso trasladar la Feria de Málaga a septiembre y casi lo excomulgan? Pues a lo mejor no quedaba tan mal el centro convertido en una orgía de alcohol en abril, con su lunes del pescaíto y todo (siempre me ha intrigado que Sevilla se lance a comer pescado así a mansalva el día de la semana que presumiblemente menos pescado fresco se puede encontrar el mercado: alguien podría venir a explicarlo). Quién sabe, seguro que estaría preciosa una procesión de la Esperanza Macarena en el Altozano y el paso del Cautivo por la Campana en la madrugá: el año pasado vinieron los Cantores de Híspalis a presentar su proyecto musical sobre la Semana Santa de Sevilla a la Casa Hermandad del Rocío y el CERN de Ginebra no detectó fractura alguna en el espacio-tiempo. Se podría proponer algún tipo de hermandad o intercambio entre la Torre del Oro y la Equitativa, por ejemplo; y a lo mejor a los sevillanos les gusta el túnel de Alcazaba y se lo llevan para siempre, lo cual nos haría a algunos muy felices. Las tapas de garbanzos con espinacas harían furor en los bares de Calderería, y si El Pimpi abriera una delegación en Sevilla la terraza podría ocupar toda la Plaza de San Francisco. Por fraternidad que no se diga, compadre.

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