EN TRÁNSITO

Eduardo Jordá

Cambio de época

ESTAMOS viviendo un cambio de época similar al que se vivió en el Lejano Oeste con la aparición del ferrocaril. Las reglas han cambiado por completo. A partir de ahora nada va a ser igual, y por mucho que nos neguemos a reconocerlo, ya no sirven las flechas de los indios ni los caballos de los vaqueros. Duele decirlo, pero la huelga de hoy es una escena de western crepuscular -podría haberla filmado Sam Peckinpah- en la que un puñado de desesperados (indios sin tierras, cuatreros, criadores de caballos y capataces a sueldo de los rancheros) intentan detener el curso de un tren que avanza a toda velocidad. Por supuesto que no conseguirán detenerlo. Y por supuesto que nuestra simpatía está con ellos, aunque sepamos muy bien que su esfuerzo no va a servir de nada y que algunos de ellos no son gente tan recomendable como parece ser. Mucho peores son los agentes del ferrocarril, con sus fajos de dólares en el bolsillo, sus malos modos y su forma despiadada de concebir las relaciones humanas.

Pero el ferrocarril acabará ganando la batalla, nos guste o no. Y en este nuevo periodo histórico en el que estamos entrando, en el que la globalización económica está haciendo el papel del ferrocarril, el Estado del Bienestar tiene los días contados. No lo digo con alegría, sino con la misma tristeza con que el gran Cable Hogue, en la película de Sam Peckinpah, veía llegar los primeros automóviles al desierto de Arizona. El mundo ha cambiado. Hay otras reglas. La riqueza se ha desplazado de sitio. Y la forma de vida que habíamos conocido en esta insólita época de prosperidad se irá extinguiendo ante nuestros ojos. Quizá pueda durar quince años, o incluso veinte, pero no muchos más. Basta hacer un cálculo: ¿hasta cuándo llegará el dinero para las pensiones, si una gran parte de la población laboral se ha pre-jubilado a los 50 años?

Lo único que podemos hacer es intentar salvar en lo posible ese modo de vida que nos resultaba tan familiar que ya ni siquiera nos dábamos cuenta de lo bueno que era. Y para ello tendremos que actuar con una inteligencia práctica y un sentido del acuerdo al que no estamos acostumbrados en esta sociedad adormecida y acostumbrada al mínimo esfuerzo. Desde luego, no podremos contar ni con las grandes corporaciones financieras, que representan al ferrocarril y viven del ferrocarril, ni tampoco con los partidos políticos tal como existen ahora, ya que son estructuras de poder que subsisten gracias a su capacidad para engañarnos prometiendo que no viene ningún ferrocarril, o que en todo caso ellos serán capaces de detenerlo (cuando todo el mundo sabe que no es posible). Entonces, ¿cómo lograremos hacerlo? Ah, lo siento, pero ésa es la pregunta del millón. Y no tengo respuesta.

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