Luces y sombras

Antonio Méndez

Cartón piedra

RECUERDO que con ocasión de un viaje en 1997 a la ciudad alemana de Passau, en el décimo aniversario de su hermanamiento con Málaga, nos acercamos una mañana a la vecina Salzburgo. La cola para visitar la casa natal de Mozart daba vueltas a la manzana. Me contó entonces el concejal de Cultura, Antonio Garrido, que el inmueble era puro marketing. Un bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial redujo a cenizas el edificio, pero allí mostraban hasta los pañales que usó el compositor sin que los turistas pusieran la más mínima objeción. En mi pragmática ingenuidad y evidente desconocimiento del mundo del arte, animé al edil a realizar lo propio en la de Picasso, en la Plaza de la Merced, y amueblar el dormitorio, que aquí si se conserva, con la réplica de una cuna de la época para contentar a los visitantes. Me contestó Garrido: "Si hiciera eso me echarían a gorrazos de la ciudad".

Hemos debido de cambiar mucho en estos tres lustros y completado una inmersión hasta recuperar nuestros orígenes fenicios. Desde entonces, la mayoría de nuestros movimientos culturales son de cartón piedra. Nos pirran las franquicias. Tenemos un Museo Picasso, pero sus obras no resisten la comparación con las que albergan los de París, Barcelona o el MOMA de Nueva York. Aunque a diferencia de ellos, en Málaga al menos la familia del genio está implicada. El Thyssen de aquí sólo tiene en común con el de Madrid su apellido. Y ahora, si el Patronato lo autoriza, porque no será fácil que permita ligar ese nombre universal a una iniciativa muy limitada, queremos convertir La Aduana en una sucursal del Prado. De la Torre intentó traerse un museo Rodin, a la vista del éxito de la escultura del Pensador cuando se expuso en Larios. Por imitar hasta pretendemos un sucedáneo de Soho en el centro. Sólo nos falta denominar al cubo de cristal del puerto el Guggenheim de la bahía.

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