Castells sorprende

En la ley de Manuel Castells hay acierto en el diagnóstico de problemas universitarios obvios

Mucho se ha criticado a Manuel Castells su absoluta aparente indolencia y resulta que en el silencio de sus noches, a resguardo de periodistas y rectores, el orífice diseñaba primero y cincelaba después la gran obra que habrá de cambiar el destino de la siempre a medio construir Universidad hispana. No puede discutírsele al catalanista de Hellín la ambición porque, al menos en el plano de las intenciones, su proyecto, que hace sólo unos días cubrió el primer trámite hasta su conversión en Ley Orgánica, intenta abarcar los principales aspectos que ciertamente hoy amenazan el futuro de las universidades, comenzando por la nefasta política de personal, que ha provocado un increíble envejecimiento de las plantillas, y siguiendo por lo que hoy se llama gobernanza y que nadie se molesta en explicar en qué se diferencia del gobierno de toda la vida.

Hay que decir en beneficio de Manuel Castells que hace falta arrojo, además del indiscutible desparpajo de la izquierda en todo lo que aborda, para meterse en esos tinglados que otros ministros habían eludido meticulosamente. Y desde cualquier perspectiva ideológica que se aplique, si se hace sin prejuicios, se apreciará acierto en el diagnóstico de problemas obvios y puntos de interés en las soluciones que se proponen. Es muy necesario el cambio en el procedimiento de elección de los rectores y, aunque sea anecdótico, nada hay de malo en que los profesores titulares puedan ser elegidos, sobre todo porque hoy se accede a esa categoría a edades que en otro tiempo eran ya propias de la cátedra; tampoco en que se intente corregir la precariedad del profesorado más joven, sometido a condiciones de trabajo que en otros tiempos hubieran llevado a conflictos muy graves, o que se desee fomentar la investigación, verdadero núcleo de la condición universitaria de una institución educativa, incluso en las universidades que han hecho de la docencia su casi exclusiva razón de existir.

Otra cosa es la obsesión feminista del proyecto, de la que se derivan sus aspectos más infumables, destinados a provocar, a la larga, un efecto boomerang en el prestigio de las universitarias, quienes no necesitan ya para nada de proteccionismos que, en puridad, son descaradamente machistas. Si las previsiones de la ley Castells se cumplieran, todas acabarían bajo la perenne sospecha de deber su puesto, su cargo, su proyecto de investigación no a sus méritos sino a disposiciones que, de hecho, discriminarán gravemente a los varones. Ellas deberían rebelarse frente a eso.

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