en tránsito

Eduardo Jordá

Castigo riguroso

HACE dos o tres años, cuando se reformó por última vez nuestro código penal, oí decir que teníamos un código penal que era de los más rigurosos de Europa. Lo dijo, si no me equivoco, el fiscal general del Estado (en 2008), y luego lo repitió el ministro de Justicia, y el presidente del Gobierno, y también lo dijeron grandes y reputados juristas, y algunos catedráticos aficionados a colocarse una rosa en la oreja, y otras personalidades sin duda muy inteligentes y muy sabias (basta teclear en Google: "Código penal más riguroso de Europa").

Y fue justo entonces, en medio de aquella marabunta de declaraciones sobre nuestro código penal -tan riguroso y temible que hasta parecía incluir el cepo y la picota para los ladrones de gallinas, y los grilletes para los adúlteros y los peristas, y las horcas en todas las encrucijadas de caminos para los desertores del ejército y los perjuros-, cuando me encontré a Julián Muñoz, el ex alcalde de Marbella que había saqueado el patrimonio de su ciudad, tomando el sol tan tranquilo en un restaurante playero de Bolonia, en Cádiz. Julián Muñoz había robado grandes cantidades de dinero que no había devuelto, pero allí estaba él, tan sonriente y relajado, tomando el sol en un restaurante de Bolonia, mientras miraba el mar y se dejaba acariciar por la delicada brisa de la primavera.

¿En qué quedamos? ¿No teníamos el código penal más riguroso de Europa? Y si era así, ¿qué hacía aquel ex alcalde de Marbella tomando el sol tan tranquilo en una playa, si era cierto, como habían demostrado los juicios, que había robado grandes cantidades de dinero público? ¿Y qué había pasado con el dinero? ¿Lo había devuelto? ¿Había pagado los intereses de demora que se le cobran a cualquier particular que se olvida de pagar el IVA o el impuesto de la renta? ¿Había pedido perdón? ¿Había hecho alguna clase de trabajo social en beneficio de la ciudad que había saqueado con sus cómplices? ¿Había colaborado de forma desinteresada con la justicia?

Pues no, me temo que Julián Muñoz no había hecho ninguna de estas cosas. Pero me tranquilicé pensando que teníamos el código penal más riguroso de Europa, y que nuestro sistema jurídico era un ejemplo de rectitud, y que vivíamos en un país que era admirado en todo el mundo (e incluso más allá, porque nuestra fama había traspasado las fronteras de nuestro sistema solar, e incluso de nuestra galaxia, y quién sabe si había llegado más allá). Y ayer volvimos a tener pruebas incuestionables de que tenemos un código penal tan riguroso y tan severo que los delincuentes de medio mundo se ponen a temblar nada más oír el nombre de España. Suerte que así podemos vivir todos muy tranquilos, tomando el sol como Julián Muñoz en la playa de Bolonia.

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