La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

Cataluña, el día después

Los secesionistas se crecerán en el victimismo tras la derrota y España no aceptará lo que exigen: una soberanía catalana

Por mucha jactancia que le ponga Puigdemont a la recta final del 1-O (compatible con la búsqueda del martirio: sueña con salir de su despacho esposado por la Guardia Civil) y por mucha caradura que le eche Ada Colau (una vez a salvo de la imputación, se volcará a favor de las urnas ilegales), es seguro que no habrá un referéndum en Cataluña.

Habrá otra cosa. Alguna gente votará de alguna manera y quienes les llaman a hacerlo interpretarán que lo que voten expresará la voluntad general de los catalanes. Sin tener en cuenta minucias como un censo, las mesas electorales, el recuento oficial, la justicia electoral, los interventores y el secreto. El resultado ya está decidido. Como corresponde a toda consulta electoral organizada por el autoritarismo.

Cuenten también con esporádicos desórdenes públicos, por supuesto. No alterarán el signo global de lo que va a ocurrir: la victoria de la democracia española ante la sedición más grave que ha padecido en cuarenta años. No puede ser de otro modo. Una de las metáforas más desafortunadas de los últimos tiempos ha sido la del choque de trenes puesta en circulación por los equidistantes y bienintencionados.

Hasta ahí llega mi optimismo, y ni un minuto más. ¿Cómo quedará el frente secesionista a partir del 2 de octubre? Aparentemente mal, frustradísimo y con sus líderes multados, aparcados o encarcelados. Pero ¡así es como se crecen! Perderán esta batalla, pero salen de ella con la aureola del victimismo, que es su seña de identidad más eficaz, con unos cuantos héroes consagrados para siempre, asentada la conciencia de sufrimiento por un agente externo opresor y con un tercio de la población fanatizada e inmune a los argumentos de la razón. Convencida de que España les roba, su lucha es por la libertad y Europa la reconocerá. Todo listo para volver a empezar hasta culminar su destino manifiesto.

Se puede pensar, quizás, en que el Estado democrático puede y debe ser generoso con el secesionismo derrotado. Pero ¿cómo conseguir la reconstrucción? La generosidad está acotada: unas cuantas competencias menores a ceder a la Generalitat y una financiación que favorezca algo a Cataluña sin perjudicar a las comunidades pobres. No será suficiente. Y si hablamos de reformar la Constitución, los independentistas no aceptarán nada que no sea el reconocimiento de la soberanía catalana. Y ningún partido nacional, salvo Podemos, se la ofrecerá. Por eso soy pesimista.

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