Desde la madriguera

Ignacio del Valle

Ceguera de amor

Con tanta solución corrosiva de alcohol dejé los cristales plasticosos de las gafas para el rastro. Han quedado empañadas para siempre

La matriarca no me habla. No me mira porque no puede. En una de sus contadas y muy espaciadas salidas al espacio histerior me cargué sus antiparras de sol. Ahí estaba yo delante de la puerta esperando como un chihuahua la llegada de su ama. Con el bote de alcohol y el rollo de papel dispuesto a desinfectar todos los enseres cuando la paisana cruzase el umbral tras sus tareas recolectoras. Fue llegar la santa al hogar, desinfectado hogar, y en un burdo intento de descontaminarla de miasmas, me acojo a un precipitado pis plas, con la de tiempo que me sobra. Llaves, suela de las zapas… lávate las manos. Con precaución le tomo las gafas de sol y las higienizo con fatal resultado. Con tanta gradación de amor y solución corrosiva de alcohol dejé los cristales plasticosos de las gafas para el rastro. Han quedado empañadas para siempre. Un pastizal en lentes progresivas a tomar por el coronillavirus.

El destrozo aguardó sigiloso durante los días de lluvia. Fue salir el sol terracero en el submarino madriguera neotiesa y al primer amago de saludar a Lorenzo, se confirmó la avería. Fue el aperitivo de una mañana de domingo confinado que se nubló con las cifras de luto y curva peligrosa. La paisana no es de escandaleras italianas ni pregones subidos de tono. Su mirada miope lo dijo todo apoyado por un rotundo -no me hables, no me hables, hasta que se me pase el enfado-. Todos los gatos son Juan Pardo. Seguido de un no me dirijas la palabra y apártate de mí, no quiero verte.

Me hizo un Pimpinela. Me bloqueó con el desprecio de su indiferencia. Obró el milagro de enmudecerme. Sin poder conversar acerca de las peripecias del Aló Presidente y su comBOE y las desgracias que nos rodean. La paisana no es superficial, el accidente de las gafas ha sido el fulminante detonador de todos los sentimientos, dolor, frustraciones e incertidumbres que nos atraviesan invisibles, con recíproca ceguera de asombro y amor.

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