Ignacio del Valle

Cerrar la boca

Cualquier aplicación de móvil que se disfruta por la patilla nos controla más que una madre regenta

Transformación cibernética, big data y me gusta para la eternidad. El Gran Hermano Digital nos anima a la espontaneidad de dejar una reseña o comentario de los establecimientos que frecuentamos. San Google nos solicita una confesión pública de si en esa cafetería, restaurante o súper de barrio en el que el reponedor tenía careto de mal día, es de fiar. Es el gobierno del qué dicen. Los Cenacherilenses emitimos sentencias tan retorcidas como columnas salomónicas. Nos piden y suplican un veredicto cinco estrellas. Es una escena habitual en cualquier comercio a la hora de apoquinar. Cuando nos retornan el cambio, chocamos el teléfono o nos devuelven la tarjeta con grimoso papel térmico, los dependientes desvían la mirada y tratan de esbozar la sonrisa del robot que amenaza con sustituirlos. Sales a la calle y te pita el móvil para que cotillees que pasó. Esta pasión por la puntuación a lo eurovisivo viene de antaño para medir y alimentar la lealtad de presentes y futuros clientes. Consiste el apaño en calificar de 1 a 10 la calidad de la atención recibida.

A mayor nota, mejor boca a boca virtual. Pero, ese aparente poder prescriptivo que tenemos los paganinis tiene su precio. Hemos pasado a la categoría de prosumidores, clientes que no solo compramos un producto o servicio, sino que además lo cacareamos. Ahora todos los caminos llevan a internet. A lo peor somos simples presumidores, publicistas recomendadores, comerciales sin comisión. Estas modernidades que a los gafapastunes viejenials nos parecen peloteos forzados, son imprescindibles para sostener la buena reputación frente a un público con el meme a punto. Nadie da un euro sin consultar las valoraciones, reseñas, calificaciones, alabanzas y descontentos en los TripAdvisor de la vida. Comentarios que también se amañan y corrompen como todo lo humano ¿Son palabras tan amables como interesadas? Cualquier aplicación de móvil que se disfruta por la patilla nos controla más que una madre regenta. Es la reencarnación de la santa e-inquisición. Tanta comodidad aparente y gratuita se abona con intransferible intimidad. Lo saben todo. Dónde y con quién has estado, cuánto tiempo, que has hecho, lo que te has gastado… si encima vas amarrado a una pulsera inteligente, la muy chivata anota las horas de sueño, tus pasos y traspiés, cada sístole y diástole a la frasca. Un historial de reproches y arrumacos con forma de huella digital.

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