Charlatanes y bocazas

Nos ha tocado vivir un tiempo en el que pululan las mediocridades por todas partes

Dice el padre de un amigo mío que cuando alguien escucha y presta atención a un bobo, al cabo de media hora nadie sabe quién es más tonto de los dos. Y no le falta razón. Hay cosas a las que no merece la pena dedicarles tiempo y saber evadirlas es señal inequívoca de inteligencia.

Digo esto porque nos ha tocado vivir un tiempo en el que pululan las mediocridades por todas partes, cosa que habrá ocurrido siempre, no me cabe duda, pero con el agravante de que ahora, lo que es peor, se les escucha. Son muchos los listillos que por ser presidentes de la comunidad de vecinos en la que viven o formar parte de la asociación de padres de alumnos del colegio de sus hijos, se consideran importantes, se creen en posesión de la verdad absoluta y van de prepotentes por la vida. En las reuniones, como muchos de ustedes habrán podido comprobar y tenido que soportar, se comportan con una suficiencia que llama la atención y utilizan todos los términos que el lenguaje gregario despliega a través de los medios.

Que esto ocurra a nivel de comunidad de vecinos o hermandad de penitencia no tiene la más mínima importancia, pero cuando sucede en otras instancias a las que se les supone un mínimo de formación y cordura, la cosa cambia. Cuando uno oye hablar a ciertos personajes de la vida pública que ocupan cargos importantes, cuando uno intenta buscar el más mínimo rastro de coherencia en sus palabras y cuando uno analiza los postulados de sus argumentos no sabe si sentirse timado o menospreciado. Comprendo que la política pertenece al arte del birlibirloque y bien podría formar parte de las denominadas artes escénicas, tanto de la comedia como del drama o el sainete. Cuando uno escucha las valoraciones de los líderes en la noche de las elecciones, cuando asiste impertérrito a los pactos poselectorales o cuando analiza proyectos de ley que rozan el surrealismo no puede más que acordarse de lo que contaba el padre de mi amigo. Sólo que el necio es uno y ellos unos enteraíllos, como dirían en Cádiz.

La vida pública se está llenando de charlatanes y bocazas, cuyo discurso no va más allá de la repetición de unas consignas aprendidas sin que se vislumbre la más mínima capacidad y liderazgo. Es entendible que la gente se canse, se sienta engañada y vote más por castigo que por convicción. Al fin y al cabo las ideas a unos les dan de comer y a otros les cuestan el dinero.

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