¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Chinerías

Tan inocente es creer en teorías conspiratorias como ignorar que los grandes países tienen estrategias de hegemonía

Durante los días del confinamiento coincidí en una de esas colas soviéticas del supermercado con un conocido ex político andaluz, un tipo simpático y siempre dispuesto a charlotear sobre cualquier asunto. Ambos sentimos una extraña sensación de camaradería al comprobar que no estábamos allí con la intención de comprar artículos de primera necesidad, sino litros de mollate para alumbrar de algún modo aquellas extrañas jornadas (el alma también necesita sus bálsamos). La conversación terminó en las costas chinas, país del que el ex prócer se declaró un admirador. "¡Es una civilización milenaria y refinada!", me dijo, y yo le contesté que prefería aquella otra que fue fundada por pastores y navegantes, comedores de queso e higos, los que legaron el logos, la tragedia y el espíritu hoplita. En fin, allá cada uno con sus cosas.

Tan inocente es creer en teorías conspiratorias como ignorar que los países y bloques tienen estrategias de hegemonía, con sus fases y objetivos. China la tiene, entre otras cosas porque puede. Lleva años demostrándolo con su desembarco diplomático y económico en África y América Latina, la espectacular reconversión de sus Fuerzas Armadas o, más recientemente, el inicio de ese macroplán llamado la Nueva Ruta de la Seda. El otro día leí un magnífico reportaje -periodismo del bueno- escrito por Patricia Fernández de Lis, en el que se narraba la lucha por el control del desarrollo de la computación cuántica, la tecnología que revolucionará el mundo de nuestros hijos. Es una nueva versión de la Guerra Fría en la que no se construyen misiles y silos nucleares, sino superordenadores que podrán descifrar la mente de Dios. Este pulso, sobre todo, enfrenta a los EEUU y a China, tanto que los expertos llevan avisando desde hace lustros de que la próxima guerra mundial será en el Pacífico. Si los millones invertidos son garantía de éxito, no duden que será el Coloso Asiático el que gane la trifulca. Vayan cambiando de móvil.

A mí, la verdad, los hispano-chinos me caen muy bien. Son tipos duros y trabajadores -como aquellos montañeses, sorianos o zamoranos que fundaban tabernas y colmados en Andalucía y dormían bajo la barra-, poco dados a las pamplinas y con un punto hortera divertido. Además, apostaron por la vida comercial de los barrios cuando otros sólo pensaban en las grandes superficies. Pero una cosa es esa y otra muy diferente el que me parezca bien que la China comunista -los herederos de los que tiraron las estatuas de Confucio- sea el país que marque el paso al mundo. A los amarillos de Hong-Kong y Taiwán tampoco les gusta esto. Ellos los conocen mejor. Sus razones tendrán.

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