Cuchillo sin filo

Francisco Correal

Chiquilicuatre

AYER andaba perdido por los pasillos de la Antigua Fábrica de Tabacos, sede central de la Universidad Hispalense. Buscaba el Departamento de Geografía Humana y me perdí en un laberinto de módulos en los que se repetía la palabra Filología. Extraviado en la torre de Babel, una limpiadora, que limpiaba y daba esplendor, se convirtió en mi brújula. "Por allí no. Al final están Alemán y UGT". ¿Mande? Alumnos de Germánicas y sindicalistas juntos. Las nuevas germanías.

La asociación de disciplinas me llevó por el túnel de las analogías a la socialdemocracia, a la vieja amistad entre Felipe González y Willy Brandt, a Bad Godesberg, a los dos tomos ya ajados que compré en mi primer año de Universidad de las Obras Completas de Marx y Engels, al 18 del Brumario, a un cómic del Manifiesto Comunista que le regalé a mi hermano Blas en sus tiempos de imberbe rojerío. Sí, pensaba en las barbas más decentes del pensamiento occidental, porque, haciendo abstracción del parvulario estalinista de la izquierda latinoché, la crisis económica hizo marxistas a los mismísimos empresarios.

En nuestro país, la Unión General de Trabajadores se escindió de Carlos Marx y se apuntó a Groucho. Les salió un espantoso epígono llamado Chiquilicuatre que hasta nos representó en Eurovisión y ahora hace una coctelera entre Torrente, Jackie Chang y Paco Martínez Soria. Le han querido dar un coscorrón a Zapatero en la cabeza de Rajoy. En el akelarre de Vista Alegre, al Zapatero dimisión sólo faltó que respondieran Rodríguez Presidente. Porque es una huelga con tortícolis, una media verónica para que la presidencia pida el indulto del quinto de la tarde.

Tiene su lógica la presencia de Chiquilicuatre en ese espantajo lleno de tópicos y lugares comunes. De la misma forma que este cabreo de los sindicalistas es hijo putativo del Gobierno del que ahora reniegan -confiados, seguro, en la parábola del hijo pródigo-, Chiquilicuatre y otros payasos de la televisión son efectos presuntamente inteligentes de una contestación lúdica a la televisión basura. Un ejercicio al que se apuntaron notables profesionales del medio: Buenafuente, Wyoming, Florentino, el gran Miki Nadal, con tanto afán por fumigar los hediondos muladares de la televisión que su profilaxis puede resultar tan nociva como el mal que pretenden combatir o parodiar o enriquecerse con él. A veces los contenedores huelen peor que la basura. Y la chica se mea en las bragas en horario de máxima audiencia. Un prodigio de equilibro y sentido común.

El sindicalismo ha pasado de los Pactos de La Moncloa al corral de la Pacheca. Y de paso convierten a Jorge Javier Vázquez en intelectual de la escuela de Fráncfort.

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