Hay un posible diagnóstico respecto al devenir reciente de la política española en la despedida de Gonzalo Sichar. Uno es más de irse de los sitios sin hacer ruido, como mucho dando las gracias; pero, ciertamente, si las carretas tragadas han sido demasiadas, el derecho público al desahogo es un galardón irrenunciable. Más allá de que las decisiones de Ciudadanos a la hora de conformar su equipo en Málaga hayan sido razonablemente discutibles, conviene reparar en el reproche que hace Sichar a Juan Cassá por su "nivel intelectual" en la relación a sus aspiraciones a la Alcaldía. De entrada, se podrá alegar que la carrera de alcalde no se estudia en ninguna facultad, y que la posibilidad de derretirse leyendo a Goethe en alemán no capacita a nadie para convertirse en el gestor municipal más idóneo. Pero a menudo se interpreta el asunto intelectual más por acumulación que por los matices, cuando justo éstos entrañan el quid de la cuestión. La formación intelectual, entendida como cultivo y barbecho de eso que llaman civilización, conduce al individuo a la senda opuesta al hooligan: la templanza, la consideración todas las variables en juego, la capacidad de ponerse en el lugar del otro y la duda, acaso la más venerable de las cualidades humanas. Se entiende por lo general que a un político las dudas le vienen tan al pelo como a un bombero las cerillas, pero precisamente uno de los rasgos más notorios de la misma civilización es la implicación en las causas políticas y sociales sin llegar a estar de acuerdo del todo con ellas. La querencia intelectual no inhabilita al político; muy al contrario, le dota de una amplitud de miras y de una sensibilidad suficiente para saber atisbar más allá de lo inmediato, hacer una lectura más completa de los acontecimientos y proponer acciones en virtud no del instrumento político, sino de su objeto natural: la ciudadanía. Y si de esto se trata, entiendo que Sichar se haya sentido más solo que la una en más de cuatro ocasiones durante su periplo institucional.

Con suficiente mala uva, adjudica Sichar a Juan Cassá la misma categoría política de Mario Conde y Jesús Gil. A pocos días de que se anuncie el caballo por el que apostará Ciudadanos para ganar el Ayuntamiento, la mala noticia es que en estos tiempos de zascas y trolls quienes más fácil lo tienen para alcanzar la primera fila en el escaparate son los bocazas, los más dispuestos a soltar la primera burrada y a poner la mesura a buen recaudo, los hooligans: la estirpe que ha vuelto aupada por la estupidez y las redes sociales a mayor gloria de aquella vergüenza llamada Jesús Gil. En el tablero nacional, lo conveniente ahora es invocar la Reconquista, hacerse los agraviados y retratarse de la manera más innoble posible. Da igual que la abstención se multiplique mientras el reparto del poder político obedezca a los mismos criterios. E iguales comportamientos cabe esperar, tristemente, en el juego local. Si el nivel intelectual son las peras, adivinen quién es aquí el olmo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios