Citizen. Además de significar ciudadano, podemos descomponerla en la suma de las palabras city (ciudad) y zen, ese estado de felicidad tras el que corremos y que es más rápido que el correcaminos. Justo he reparado en ello paseando (a veces embalándome) en bici por Central Park, esa pequeña ciudad verde que emerge flanqueada por los siameses rascacielos de Manhattan. Ahí todo el mundo tiene un aura de felicidad. El turista que se divierte, los veteranos que compiten en su liga local de béisbol, los extranjeros que ofrecen caricaturas a diez dólares o paseos en carros de caballos, el vecino que aprovecha su parón en el trabajo para tomar el sol en bañador o jugar con su colega a lanzarse el balón de rugby, los niños que saltan para explotar las enormes pompas de jabón que les crea un simpático neoyorquino… Es una burbuja con su propio reloj, un balneario en el que recuperar fuerzas tras patear la gran ciudad y todas sus atracciones.

Nueva York es una ciudad monumental, que el 85% del tiempo te obliga a mirarla desde arriba o desde abajo, pero bucear un poco en su funcionamiento social también permite descubrir que es algo más que una fábrica de dinero para con sus visitantes. Y, aunque parezca increíble, intenta conciliar ese clinclincaja con la preocupación por sus barrios más pobres. Porque sí, la mendicidad o los estratos hiperpobres caminan de la mano de los visitantes ávidos de gastar dólares.

Ver a indigentes durmiendo en bancos es una estampa casi tan habitual como los rascacielos, aunque muchos de ellos cuentan que lo prefieren a las viviendas sociales que el alcalde De Blasio les ofrece. Aunque me llamó más la atención los varios millones de dólares anuales que la ciudad invierte en comedores para las zonas de bandas en Harlem o los teléfonos móviles que regala (solo para llamar o escribir SMA) a los desfavorecidos del Bronx. En todas partes cuecen habas, pero se observa, al menos en la condición de visitante, que se aúnan esfuerzos tanto en recaudar del turismo como en aplicar potentes políticas sociales.Luego uno llega a Málaga y lo primero que se encuentra es que el Metro avanzará sobre raíles hechos de restos árabes y que nuestros políticos se subirán el sueldo. Igual es cosa del lenguaje, porque aquí citizen se dice ciudadano, así que mejor no descomponer la palabra en las dos que resultarían, aunque igual podría explicar parte de cómo se concibe la ciudad desde algunos despachos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios