Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Colón: de oficio, esclavista

La redefinición de la historia con menos perspectiva que un pollino de noria no mueve a la confianza en el futuro político

Durante la fase severa del confinamiento, los males del ataque del virus vinieron para otros bienes: aire más saludable, zafarranchos domésticos y también filosóficos, buenos sentimientos hacia colectivos profesionales tenidos por subsidiarios y maquinales; teletrabajo. Hay quien cocinó bien y saludable, algunos leyeron como nunca o vieron exquisito cine clásico. Pero según va volviendo la normalidad, vemos que ésta no es tan nueva, y que vuelve a ser castigada por la mediocridad, la demagogia e incluso la alucinación de nuestros representantes públicos. Ha circulado una reciente videoconferencia de un exministro de Rajoy de alto nivel intelectual, Jorge Fernández, en la que relata cómo el ex Papa Benedicto XVI le confió que el Diablo atacaba más a España porque España era la mejor católica de toda la vida, y refuerza el argumento -irrefutable por mágico- recordando que un Papa tiene información celestial privilegiada. Con los pies más en el suelo, la Conferencia Episcopal española se desmarca de su propio jefe, precisamente el Papa actual, Francisco, con respecto al ingreso mínimo vital -un sustitutivo institucional de la caridad, ¿será eso?- aprobado con inusual unanimidad por el parlamento. Allá cada uno con qué escucha y a quién da crédito en la opinión: doctores tiene la Iglesia, y algún curandero. Qué ganas de pegarse un cartuchazo en el pie, Dios mío.

Peor es que el pensamiento mágico invada el discurso de los políticos electos. En la nueva normalidad asistimos a un combate entre alternativo comprometido y pija con título en el propio hemiciclo, en los que una "Señora marquesa", Cayetana Álvarez, llamaba hijo de "terrorista" a su contrincante, Iglesias, que tampoco supo contenerse el barbuquejo en un rifirrafe de niñatos en la sede legislativa del Estado. La última perla de la política superficial la ha soltado una política andaluza anticapitalista que se da la traza de tener menos definición estratégica que el Zelig de Woody Allen o el Circo Price. Teresa Rodríguez ha dicho que hay que tumbar la estatua de Colón, aprovechando los trenes baratos de las revueltas antirracistas de Estados Unidos por el asesinato policial de George Floyd. Si allí pintan y derriban las estatuas de los generales sudistas por esclavistas, pues aquí tiramos la de Colón, y encima, vaya chollo, por el mismo motivo: por traficante de esclavos. La redefinición de la historia con menos perspectiva que un pollino de noria -qué son cinco siglos- no mueve a la confianza en el futuro político.

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