DE Conchita a Concha, y de Concha a doña Concha. A sus sesenta y ocho primaveras, doña Concha Velasco demostró en Málaga que tiene merecido un nuevo apelativo, el de Superconcha. La más grande. La más testaruda. La más coqueta.

El homenaje tuvo un nombre propio. El de Antonio Gala. Los momentos protagonizados por el escritor y la artista, que fueron muchos, ya que se trató de la entrega del Premio Málaga más larga jamás celebrada, tuvo mucho de televisivo. Por eso es una verdadera pena que ninguna cadena cayera en la cuenta de que se podía transmitir el evento. Íntegro, siquiera en diferido. No lo hizo ni Antena 3, cuyo logo figura como patrocinador del certamen.

Y es que la entrega del premio a Concha Velasco no se podía despachar en un Telediario. Porque había mucha letra pequeña que gozar. Muchos detalles que saborear. Muchísima ironía que celebrar. Todo se resume en una palabra: complicidad. La que nos brindaron desde el atril Antonio Gala y Concha Velasco fue, para este cronista, motivo de alborozo, de fiesta mayor, de desparrame de los sentidos.

Brilló la escenografía de Gerardo Vera, tan televisiva ella; brilló la belleza de los presentadores, Félix Gómez e Iker Lastra. Y brillaron las palabras y abrazos de los amigos de la homenajeada, de Álex González a Mariano Ozores y Pepón Nieto. Pero nada comparado con la química establecida entre Concha y Antonio Gala, a estas alturas espectáculo en sí mismo. Listo como el hambre. Sobrado de recursos. Dominador del sentido del humor. "Concha sólo tiene un defecto. Que no es andaluza", dijo el de Brazatortas, ser capaz de reinventarse a sí mismo cada mañana, y de dominar la palabra y el gesto como pocos. Televisión químicamente pura, como bien sabe Jesús Quintero.

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