La cornucopia

Gonzalo Figueroa

Consolemos a Garzón

NO conozco personalmente al juez Baltasar Garzón, pero he seguido su trayectoria con interés y admiración. Su cometido, de enorme responsabilidad, viene suscitando desde hace tiempo, fobias y envidias provocadas, seguramente, por sus convicciones progresistas, así como por la trascendencia social de sus diligencias y resoluciones. Porque si configuramos un listado de sus actuaciones más valiosas, la figura de Garzón brilla como pocas. Me basta citar el proceso al dictador chileno Pinochet, su lucha contra ETA, su acoso a la corrupción política, a las irregularidades urbanísticas, al crimen organizado y a las mafias internacionales, entre otras.

Sin embargo, debo suponer que, últimamente, no lo estará pasando bien, víctima de un procedimiento judicial por presunta prevaricación que instruye el magistrado del Supremo Luciano Varela a instancias, ¡qué ironía!, de Falange Española, el sindicato Manos Limpias y la asociación Libertad e Identidad. Y todo por su intento de investigar los crímenes de la era franquista a solicitud de los familiares de las víctimas, la mayor parte de éstas, ejecutadas cruel y arbitrariamente y denigradas en fosas comunes. Ello, paralelamente a un procedimiento administrativo por haber realizado en Estados Unidos conferencias remuneradas durante el período de excedencia que oportunamente solicitó y que le fue concedido reglamentariamente.

Las dificultades que enfrenta un juez honesto en el desempeño de su función son múltiples. Esto lo afirmo con conocimiento de causa, por mi experiencia de muchos años como abogado ejerciente en el ámbito internacional. Y esa dura responsabilidad de un magistrado, especialmente en Andalucía, viene de muy antiguo. Lo digo, porque el juez Garzón es oriundo de Jaén, provincia andaluza limítrofe con la de Córdoba que, desde antes del siglo VIII y bajo la dominación árabe, conoció la trayectoria de famosos magistrados que hicieron historia. Las cuenta el cronista Abuabdala Mohámed ben Hárit Joxaní en su libro Historia de los jueces de Córdoba, pequeña joya bibliográfica que conservo en su edición miniatura de Crisol, traducida por Julián Ribera. De entre las sabrosísimas anécdotas que el libro contiene, resumo la siguiente:

Un emisario del Emir omeya Abdala visita a un santo varón de nombre Abugálib para que acepte el cargo de juez. Y el candidato contestó: "Pardiez, si vuelves a repetir tal cosa, si me comunicas acerca de esto alguna orden del soberano, ten por seguro que me marcharé de Andalucía".

Si tal cosa ya ocurría en el siglo IX, poco consuelo podemos transmitir al juez Garzón.

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