Convocatoria accidentada

Parece que el adelantar las elecciones tiene mal fario porque puede volverse contra el que la usa

Parece que el adelantar las elecciones tiene mal fario porque puede ser un arma que se vuelve contra el que la usa. Vistos los antecedentes de Castilla y León o los resultados de las anteriores elecciones andaluzas, esa debió ser la sensación del presidente del gobierno andaluz antes de hacer pública esta semana la disolución del Parlamento. De otra forma, no se explica que su decisión haya sido acompañada de tanto circunloquio, tantas dudas y tantras razones contradictorias. Aunque habrá críticas para todos los gustos, (ya estamos en periodo electoral) acortar la legislatura en seis meses no supone un adelantamiento extraordinario y pertenece a la práctica política más habitual. Lo singular de esta decisión no ha sido el recorte final de la legislatura, que en ningún caso puede ser llamativo, sino el extraño juego de acertijos y adivinanzas con las que el presidente ha querido adornar una decisión que al parecer tenía tomada hace tiempo. Ha resultado ridícula y casi patética la situación creada en las últimas semanas; cuando todos los razonamientos apuntaban a que las elecciones se celebrarían en junio, y así lo admitían todos los agentes políticos, incluso algunos partidos comenzaban a elaborar sus listas electorales, el presidente se empeñó en prolongar el suspense para seguir siendo el centro de atención. Por eso intentó sacarse de la manga la posibilidad de que el día electoral no fuera en domingo. Era como una mala película de suspense en la que cuando todo el mundo conocía el desenlace, el director intenta prolongar artificialmente el interés de los espectadores. Pero sin conseguirlo.

Si la legislación reserva al presidente del Ejecutivo la facultad de fijar la fecha electoral, es lógico que utilice esa prerrogativa buscando la coyuntura más favorable a sus intereses, siempre que esa decisión no suponga un injustificado y notorio recorte de la legislatura. Dicho esto, buscar argumentos sobre coyunturas ajenas o sobre beneficios generales son razones, además de superfluas, falsas. Hablar de la necesidad de unos presupuestos para justificar el anticipo electoral es retorcer innecesariamente los argumentos cuando existen otras razones de carácter coyuntural mucho más creíbles. Así pues estamos ante una convocatoria electoral que entra en la más absoluta normalidad, si bien hubiera sido preferible haber evitado ese suspense innecesario que traslucen un sentido frívolo y casi infantil de quien las ha convocado.

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