Cortina de humo

Habrá que seguir hablando del frío cadáver del dictador mientras las calientes expulsiones siguen su curso

Cuando el diplomático mexicano Marco Aurelio Almazán decía "la política es el arte de impedir que la gente se meta en lo que sí le importa" parecía predecir lo que hoy ocurre en España. Mientras son muchos y graves los problemas que nos acucian, el Gobierno está dedicado en cuerpo y alma al asunto más importante de la historia de este país: la exhumación del cadáver de Franco.

Parecen no haber comprendido aún que, a la mayoría de los ciudadanos de este país, que nacieron y crecieron después de la muerte del dictador, les trae al fresco lo que le ocurra a sus exequias. Lo que realmente sí sorprende es que, a gente tan joven como son los actuales líderes de izquierdas, este tema les motive tanto. Parece más bien el deseo de un aquelarre en el atardecer veraniego, que la resolución de un tema trascendental para los ciudadanos. Esperemos que el destino de los restos mortales sea definitivo, porque de lo contrario tendremos cíclicamente una trashumancia a través de España similar a la que hicieron con el cadáver de Fidel Castro desde Santiago a la Habana.

Lo peor de este tema es que, mientras tanto, se están expulsando en caliente a los inmigrantes, en contra de los postulados que tenían los partidos que soportan actualmente al Gobierno. Ahora Podemos y el PSOE no saben cómo justificar lo que ellos tanto criticaron, y hasta el propio líder italiano se ríe de Pedro Sánchez, ante la sorpresa e indignación de los gobiernos europeos por los cambios de actuación tan radicales de nuestro presidente. Y ya lo decía Josep Tarradellas: "En política se puede hacer todo, menos el ridículo", porque cuando llegas a ello los demás países dejan de confiar en tus compromisos.

Parece que los tiempos de papel couché, con viajes en avión oficial para ver conciertos, empiezan a decaer. Incluso es de suponer que a la primera dama, gracias a su nuevo y estupendo trabajo para colaborar con África, deben desquiciarle estas actuaciones en la frontera contra esos ciudadanos africanos con los que dice cooperar. Pero de momento la justificación del convenio de 1992 con Rabat, que nadie se atrevió nunca a usar, es la piedra filosofal de este Gobierno para actuar sin escrúpulos. Y el silencio sepulcral de los que defendieron sus postulados de libertad y fraternidad es sorprendente. Por tanto habrá que seguir hablando del frío cadáver del dictador mientras las calientes expulsiones siguen su curso.

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