Así lo siento y lo seguiré sintiendo convencido: salvaría la vida de mi perro antes que la de muchos seres humanos. Incluso de algunos muy allegados. No creo en el ser humano más allá de honrosas excepciones (entre las que estás tú, por supuesto). Y no lo hago precisamente porque creí en él más que nadie. Como cantaban Los Inmortales a la santa cruz: "Por eso cuando la miro el corazón se me esconde; no porque sea un vampiro, sino porque he sido un hombre". El mío está tan oculto ya que no recuerdo qué camino tomó.

Igual soy demasiado joven para ser un descreído, o puede que demasiado viejo para ser inocente. Pero el día a día me da la razón. Echo de menos a la gente sin dobleces. Sin miradas sucias. A quienes respetan su conciencia. A los que hacen lo que dicen y dicen lo que hacen. Echo de menos a los niños que leen libros y a los que había que bajar a buscar a la calle para que subieran de una vez a casa. A la gente que aplaude en el cine al acabar la peli o cuando el avión aterriza. A las personas a las que les preguntas qué tal están y te responden de verdad cómo están. A quien le hace un regalo a un compañero porque lo está pasando mal o porque sencillamente vio algo que le recordó a él. Y echo de menos a Juan Carlos Aragón. Porque todo lo que pensaba lo compartía sin filtros, lo hacía rimar y le tejía un vestido a su medida para que sus verdades sonaran a poema.

Y me sobra la que pierde sus energías, sus maneras y el sentido común escuchando a su periodista político de cabecera soltar bilis de la ideología contraria. Esos niños fotocopia que da igual del instituto o de los padres que sean, porque clonarán sus comportamientos en cuanto lleguen a casa. Las mujeres que piensan que estás ligando con ellas simplemente porque has sido simpático. Los miserables escondidos en lo políticamente correcto para maquillar su cobardía. Me sobra la gente que no llora o no se pone triste delante de ti. Me sobra más gente de la que me falta.

Por eso tengo claro que nunca nos concienciaremos con el cambio climático porque ni tan siquiera somos capaces de respetar a una niña de 16 años con Asperger. Y también que cada día me resulta más complicado convencerme de que voy a conocer a alguien mejor que mi perro. O puede que sí; puede que algún día tenga otro perro.

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