Uno de los temas sobre el que se ha formulado multitud de hipótesis explicativas es el de la maldad. ¿Cuáles son sus raíces? ¿Por qué existe y por qué es tan reiterativa? No obstante, a pesar de esos numerosos intentos de explicación y comprensión, todavía no se han encontrado respuestas totalmente satisfactorias y que cubran todo su alcance. En buena medida, tal fracaso resulta frustrante dado el dolor que causa y la gran cantidad de personas a las que afecta.

Lamentablemente, la maldad es algo cercano y cotidiano, que está dentro del ser humano como una nota distintiva de su especie, que desafía y contradice la visión rousseauniana del buen salvaje. Muchos la conocen en el día a día gracias a su difusión en los medios de comunicación; pero, realmente, eso no es nada si se compara con su verdadera dimensión, que va desde acontecimientos más generales para una población -como la devastadora guerra de Siria- hasta otros más específicos en grupos pequeños y en personas concretas -como son asesinatos, acosos, amenazas, etc.-, pero no por ello menos importantes desde un punto de vista cualitativo. Cuando ocurren sucesos malvados, normalmente, se buscan sus causas, a las que se ponen nombres y se etiquetan como fuentes originarias de lo sucedido. Pero habría que ir más allá, ahondar más, porque eso es claramente insuficiente e invita a soltar un ¿y qué? Un buen ejemplo al respeto es el horrible caso del pequeño Gabriel Cruz. A todos nos ha conmocionado y nos hemos preguntado acerca del por qué de su tragedia, de qué fue lo que impulsó a Ana Julia Quezada a cometer una acción tan atroz. La Guardia Civil ha manifestado que la asesina confesa lo mató por celos. Pues bien, es muy posible que así sea. Sin embargo, la cuestión clave no es esa sino el qué hace que una persona cruce una línea roja que ponga en marcha comportamientos que son expresiones inequívocas de maldad.

Las personas tenemos emociones positivas y negativas, pero tener estas últimas -como celos, envidia, codicia o, incluso, odio- no significa necesariamente que ejecutemos algo rechazable. Para algo están el autocontrol y, muy especialmente, criterios éticos como guías de nuestro recorrido vital. No sé si algún día llegaremos a conocer con exactitud la razón o razones por las que se traspasa esa frontera que separa el bien o lo adecuado del mal, pero todo esfuerzo que se haga por conseguirlo debería ser alentado porque merece mucho la pena, ya que todos debemos tender a ser mejores.

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