LOS carnavaleros de pro apuran los últimos días. El próximo 5 de marzo será Miércoles de Ceniza, tardío este año por aquello de los periodos lunares. Y por más que este año se nos vayan a adelantar, como contrapartida, la alfombra roja del Festival de Cine y sus frívolos paseíllos, ya se sabe que la Cuaresma es tiempo de torrijas, ayunos, abstinencias, sosiegos y penitencias. Los cofrades, que coinciden con los carnavaleros en un alto porcentaje, ultiman sus enseres con un ojo puesto en el cielo y la conveniente galería de carteles lucida ya en comercios y sedes diversas. Por más que algunos nos encojamos de hombros, las tradiciones mantienen intacta la potestad del gobierno del calendario. Pienso, no obstante, que resultaría interesante recuperar la Cuaresma en un sentido más propiamente cristiano, y no tanto cofrade, del término: con tanto ruido ahí fuera, no vendrían de más algunos instantes de silencio, de examen interior, de revisión de los logros contados y las deudas pendientes, del modo en que cada uno ha llegado a ser lo que ciertamente es o lo que debería, de la eficacia con la que cada cual ha hecho de su entorno un lugar más digno y hermoso. Perdonen este tono de cura, así, de pronto, sin venir a qué. De todas formas, y para tranquilidad de muchos, la Cuaresma seguirá siendo ese jaleo ansioso de cirios y capirotes, como sables afilados antes de la batalla, sazonados con pregones y loas. Y poco más.

Sin embargo, y aun a riesgo de ponerme nietzscheano, considero, al contrario que los rigurosos inquisidores, que las penitencias deben ser asumidas no tanto por lo que se haya hecho sino por lo que se haya dejado de hacer. Y, al final, todo este rollo que he soltado sobre la Cuaresma me ha servido para llegar a donde quería: si hablamos sobre Málaga (hagámoslo, pues claro), es cierto que cabe felicitarse por lo mucho que se ha logrado en los últimos años en cuanto a equipamientos, desarrollo urbano, modernización, museos, comunicaciones y, claro, atractivos turísticos. Pero resulta deplorable lo poco que, a estas alturas, se ha trabajado para que Málaga sea una ciudad madura, cultivada, conocedora y amante de sí misma, limpia, respetada, dispuesta en sus espacios públicos a los ciudadanos y no a los consumidores, crítica, insobornable, soberana, verde, respirable, accesible, inquieta, curiosa, juiciosa, arriesgada, razonable, humana. El escaparate está quedando muy bonito, es cierto, pero la materia prima todavía está por moldear. Así que, antes de que el alcalde anuncie otro proyecto estrella, habría que pararlo todo y pensar un rato hacia dónde queremos ir y qué ciudad queremos para Málaga. Sería una penitencia deseable.

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