Alos políticos cuesta cada vez más entenderlos. Todo el día se lo pasan chinchándose y las raras ocasiones en las que se hacen amigos, la alianza o el pacto alcanzado acaba como los cohetes esos de feria, dos luciérnagas o lucecitas aéreas y sin estallido. Digo esto porque así acabó, en un petardo de fiesta patronal, el acuerdo del Ayuntamiento malagueño del 27 de septiembre de hace cuatro años a beneficio de la barriada de La Palmilla. La idea la tuvo IU, su entusiasmo contagió al PP y el de los dos, al PSOE. En suma, una mañana de caballeros de capa y espada, cediéndose los concejales la palabra y el paso por los insondables semáforos políticos hasta la aprobación unánime de un plan de recuperación y promoción del barrio palmillero. Se le acabarían las penas y a jugar en adelante en la primera división de la sociedad del bienestar. Y he aquí que tan bello propósito desapareció antes que una luminaria de las fiestas patronales.

Mas, por fortuna, ha tomado cartas en el asunto el escritor británico de crimis Frederick Forsyth, autor del Cuarto Protocolo, que de una rápida ojeada se ha hecho cargo de la situación. Contra la inercia pide y exige audacia y valentía, nada de actitudes mediocres ni cautelosas si existe la decisión de sacar de la miseria a La Palmilla y las demás palmillas malagueñas. Los compromisos públicos recios ponen ante el toro a sus firmantes y como el arte de torear posee su intríngulis, cambian la capa por una amnesia de campeonato que los aleje de las obligaciones contraídas. Están de acuerdo los expertos en que un método seguro de recuperar la memoria es el de realizar diversas tandas de ejercicios físicos: activan la circulación sanguínea y aclaran las cosas, receta servida gratuitamente por internet. Y en cuanto a las acciones y actuaciones, Forsyth dona el siguiente protocolo:

Con un Pleno del Ayuntamiento a celebrar en el mismo barrio, en el de La Palmilla, naturalmente, habría un giro copérnico en la manera de trabajar los barrios ignorados. Menuda alegría, menuda repercusión, ver acudiendo a todos los concejales con el alcalde a la cabeza, sus carteras y bien trajeados al local señalado. Estarían allí los medios de comunicación desde las siete de la mañana y centenares de vecinos dispuestos a no perderse ningún detalle. Y más con un orden del día curioso, de mucha fuerza, de esos que hacen afición. Abierto el Pleno, leída y aprobada el acta de la sesión anterior, sin más saludos ni más palabras llegaría el turno del punto dos: la celebración de los primeros Juegos Malacitanos de acuerdo con las disciplinas olímpicas. ¡Vaya revulsivo! El Ayuntamiento en Pleno adjudicándole una olimpiada a la barriada. Y, además, con el compromiso de emplear la imaginación. Estas cosas innovadoras necesitan más de las potencias del ánimo que de las finanzas.

Es decir, la mayor inversión sería la de las ganas o voluntad de cambiar de una vez el rumbo de la degradación usando el ingenio. El comité central tendría su sede en el mismo barrio. Integrado por hombres de negocios, vecinos y mundo oficial, confeccionaría simultáneamente a las competiciones deportivas un programa cultural y otro de creación de empleo y emprendimiento, dándole a sus trabajos una clara visión global. Todos los barrios, todas las culturas, tendrían cabida; y los disminuidos física o psíquicamente, también. Por unanimidad, a correr más rápido, saltar más alto y llegar más lejos siguiendo el eslogan de las olimpiadas. Todo trabajado de una manera sencilla (¡fuera la burocracia!), sin estruendo ni contiendas políticas, ganaría patrocinadores como churros domingueros. Además, las federaciones locales y las organizaciones de carreras y pruebas atléticas darían un paso al frente y su experiencia, seguro.

A estas iniciativas les conviene previamente un rodaje y nada mejor que comenzar celebrando unas pruebas pedestres, de patines y acrobacias y de bicicletas por las calles de la zona. Con grandeza de espíritu debe salirse de los sartenazos de la política diaria y puesto que una vez dijeron de aunar esfuerzos, que los tres grupos municipales recuperen el tiempo perdido y empiecen a darse carreritas entre los vecinos, despacito primero para que no les dé un soponcio y jodan el invento.

El disparo de salida de los juegos serviría para el de la creación de tres institutos: de Ciencia, de Tecnología y de Humanidades. Con tres ordenadores y tres investigadores, Málaga Valley o Málaga Ciudad del Conocimiento comenzaría a moverse con la misma vistosidad de los atletas olímpicos y veríamos a los tres sabios conectar desde sus principios con los núcleos de mayor nivel como Las labs the 21st Century americano y otros. La Palmilla, sede de los Juegos y los tres laboratorios de investigación, pasaría de su canturreo irónico de "a la lima y al limón, que no tengo quién me quiera" a "…que ya tengo quien me quiera". La verdad sea dicha que esta vena folclórica del escritor Forsyth nos era completamente desconocida. Fiel a sus compromisos sociales, acaba recomendando a los de la Casona un cambio radical en su estrategia social, que desciendan a tierra y que disfruten de buena salud para el quinto aniversario.

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