Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Cuarto y mitad de ARN mensajero

El mercado inmobiliario ha entrado en un auge de dos dígitos de crecimiento tras largos meses de parálisis, los hoteles vuelven a abrir sus puertas uno detrás de otro a turistas de bermuda y accidentales, y en ambos renacimientos Madrid hace de "núcleo irradiador", hallazgo terminológico de Íñigo Errejón de la época dorada de Podemos, en la que la nueva política se aviaba con un nuevo lenguaje. Este fin de semana que acaba hoy ha sido el de la avalancha capitalina hacia las playas del sur, con un 42% de aumento del tránsito de vehículos en carretera, y eso también es mucho irradiar. La construcción, el comercio minorista, el propio turismo, el transporte y la construcción se levantan, aunque entumecidos y doloridos. El comercio online, las telecomunicaciones y la agricultura fueron los más inmunes a la pandemia y su músculo y sus territorios conquistados parecen bien consolidados.

Aquí en el meridión, la Junta ya tiene fecha para que lleguemos a la tierra prometida, que es esta misma que pisamos pero con inmunidad de rebaño, que con menor chero se dice "de grupo": el 8 de agosto. Comeremos camarones a puñaditos, del mismo cartucho y con una lata de rubia fresca en la mano, con los pies rebozados y la piel salobre: la gran pasión humana por reunirse en masa sobre la arena -un amigo montaraz y sin chanclas por principio la degrada a "tierra"-, por enseñarse lorzas o tabletas y tatuajes y untarse cremas que se diluyen en el agua nunca morirá. Igual hicimos el verano pasado, y fue pan para el veraneo y hambre para los hospitales: la segunda ola abofeteó al país con crudeza a partir de septiembre. La infraestructura hospitalaria se alivia -el embudo se ensancha-, y los enfermos críticos llevan tres semanas desocupando las camas de los hospitales. Pero este año es distinto: mientras que en agosto de 2020 nos contagiábamos a mansalva en el mar y, menos, en el monte, este año a la altura de agosto estaremos inmunizados en un porcentaje que nos blinda.

El elixir de la vida es un chute en el hombro. El otro día, en la cola de identificación en un polideportivo en el que estás entre gente únicamente de tu misma edad -creo que sólo me ha pasado en la mili-, un epidemiólogo espontáneo pedía que le cambiaran la marca de vacuna, porque él prefería una de ARN mensajero que una más clasicota: "Pago la diferencia, señorita", dijo ante el asombro de la enfermera y los de alrededor. Y es que bien del todo tampoco es que nos hayamos quedado. Iguales, iguales, no somos: fíjense el cambio de look de Pablo Iglesias, todo un descabello.

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