Cuchillo sin filo

francisco Correal

Cuco Del Nido

SI Tom Wolfe hubiera escrito La hoguera de las vanidades en España podría haberle llamado al personaje de su historia José María del Nido Benavente, que con su perfil y brillantísima ejecutoria deportiva encaja con la siguiente novela del padre del nuevo periodismo, Todo un hombre, aunque esta historia ambientada en la preolímpica Atlanta era de baloncesto y trufada con un turbio asunto de faldas.

En 1983, Esteso y Pajares rodaban en Torremolinos la película Agítese antes de usarla, enésima producción que los cómicos hacían a las órdenes de Mariano Ozores. Ahora los ha vuelto a reunir Santiago Segura, aunque el Santiago Segura que el año del España-Malta y la expropiación de Rumasa salía en los papeles era el abogado que defendía al general Milans del Bosch en el juicio del 23-F. En esa época, la del Sevilla de Manolo Cardo, Pintinho y Magdaleno, José María del Nido tenía 26 años. La media aproximada de los futbolistas del equipo que preside. La edad con la que Juan Manuel de Prada ganó el Planeta o Alejandro Amenábar el Goya.

El presidio de Del Nido es una sinécdoque de una España que entró en barrena. Se quedó anclado en la Marbella de Jaime de Mora y Aragón y de Alfonso de Hohenlohe, marido de otro icono cinematográfico de entonces, la bella ira de Furstenberg. Su orto y su ocaso dan para una epopeya cinematográfica que un émulo de Milos Forman titularía Alguien voló sobre el cuco del Nido. Va a ver en la cárcel el primer derbi europeo que juegan los dos equipos de su ciudad. Los mismos que se enfrentaron el 21 de septiembre de 1958 en el primer partido oficial que se disputó en el nuevo estadio de Nervión. Del Nido tenía un año y cuarenta días. Ganó el Betis 2-4 con un gol tempranero de Luis del Sol. El único derbi de Juan Arza, a quien le hubiera sonrojado este crepúsculo de su presidente, del hombre que, hay que reconocérselo, tanto hizo por recuperar la memoria de las injustamente llamadas viejas glorias.

El artífice de las gestas de Eindhoven y Glasgow, el hombre que soñó con el final del bipartidismo de los tiburones balompédicos terminó en una pecera llena de pirañas. En la película de su vida, a la que se niega a ponerle el the end, en lugar de elegir como productor a Enrique Cerezo se quedó con el modelo de Jesús Gil y Gil, el Médicis castizo de El Burgo de Osma que también tocó la gloria del doblete con las manos y los barrotes de la cárcel con los pies.

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