Crónica personal

Alejandro V. García

'Cutredad'

SIGUIENDO la estela del concurso para elegir la letra del Himno de España, Televisión Española ha patrocinado un certamen, por votación directa en internet, para designar la canción que debe representarnos en Eurovisión. La propuesta ha seducido de inmediato a la comunidad friki, la más pujante raza de marcianos que sobrevive en La Tierra desde la desaparición de los ovnis, que se ha aprestado a concebir y votar a los candidatos con su característico pundonor. Si la otredad es la condición de ser otro y diferente, y cutre es el adjetivo que mejor sintetiza la explosión luminosa del mal gusto, sería pertinente denominar cutredad a esa civilización que vive so capa de la nuestra y que devora, confunde y mimetiza los símbolos comunes. Por ejemplo, como se ha dicho, Eurovisión.

Los inquilinos de la cutredad, en efecto, son seres tremendamente voraces, capaces de transformar e incorporar a su estilo de vida o, por usar un término afín a la escuela hermenéutica alemana, a su cosmovisión, cualquier elemento cultural por sagrado que sea. Llega el friki, lo toca y se transforma en una variedad que, sin disimular su vinculación con el original, pero desencajándola, reinventa y emula el mundo intelectual y creativo.

En el caso de Eurovisión, sin embargo, la mutación es mucho más natural. El festival de la canción está emparentado con la cutredad prácticamente desde sus orígenes, no sólo por estilo musical, decorado o vestuario, sino también por sus derivaciones, digamos, más trascendentes, en particular la diplomática. ¿Quién no admirado las explicaciones de política internacional que ha dictado desde su cátedra José Luis Uribarri para aclarar por qué, por ejemplo, Inglaterra no vota España, España apoya a Israel y los lituanos respaldan a los turcos?

A mí me pareció un acto de justicia que Televisión Española, empujada por los nuevos aires de coherencia, echara la casa por la ventana y en vez de disimular la gruesa pátina de cutrez que envuelve a Eurovisión no sólo la mostrara sin máscaras sino que además contribuyera a su definitiva y excelsa banalidad, a su glorificación y hundimiento, dejando la elección de los cantantes a quienes realmente conocen los secretos del éxito. Sin embargo, cuando todo marchaba divinamente, y Antonio González, El Gato y Rodolfo Chikilicuatre encabezaban las votaciones -¡lo juro!- con los opus titulados La biblicletera y El chikichiki, los organizadores se han rajado y, presos de la responsabilidad, han escaldado a El Gato y ninguneado a Chikilicuatre. ¡Seguimos en la cultura de Gwendoline!

(Estrambote: Falda plisada, plumier, / flor de ayer, fe de hoy./ Brota. ¿Quién es? / Es la niña de Rajoy).

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