Cambio de sentido

Dar la campanada

Ya tienen que escasear los humanos para que resulte fascinante ver por la tele a una persona que lo parezca

Me esfuerzo en pensar que lo que se emite por la tele durante las campanadas de Nochevieja no nos representa, que España y el españolito de 2021 es otra cosa, por más que se empeñen en hacernos tragar, con cada uva, el reflejo agraz de nosotros mismos. La retransmisión de las campanadas tiene subido -cada año más- el punto hortera y nos sienta a comulgar, uva por uva, con ruedas de molino. Supongo que es así como nos ven, horteras y con tragaderas, quienes pergeñan cada detalle de ese momento de máximo primetime, en el que -como cantó un Nacho Cano redivivo- los españoles nos sincronizamos en este ritual extraño.

En esta ocasión y este año de daños, la opinión pública ha sido unánime al proclamar vencedora a Ana Obregón -y a Anne Igartiburu, en su papel de apoyo- sobre Cristina Pedroche. Loas y aplausos sin fisuras desde todos los flancos a aquélla, proclamada repentinamente reina del pueblo, frente a ésta. Toda esta puesta en escena, y el relato y la significación del mismo, no deja de inquietarme casi tanto como cuando, en la Nochevieja del 19, Pedroche, convertida en producto para poner erecta la cifra de audiencia, lanzó unas proclamas feministas que quitaban el sentío (por lo incongruentes, quiero decir). Algo sucede por dentro cuando nos quedamos pegados a la pantalla para contemplar, más que a la presentadora, a la madre que ha perdido a su hijo y aguanta las lágrimas entre sonrisas. Es el espectáculo de la realidad, válgame Guy Debord, por muy digno que nos parezca. Y es la intimidad hecha extimidad y cargada de significaciones prefabricadas. "Hemos visto a una humana", aplaudían las redes. Ya tienen que escasear los humanos para que nos parezca prodigioso ver a una persona desprovista, en su drama íntimo, de andrajos de lentejuelas. Hay falta de costumbre, no suelen verse apenas en la tele personas con la humildad que otorga haber vivido y haber visto morir. Se ha celebrado también que fueran esta vez dos mujeres, y mayores de 50 años, quienes retransmitieran las uvas, una apoyando a otra. Yo también lo celebro, pero me permito recordar que las menos de su edad tienen sus pómulos ni cinturas, sino que son hermosas con su menopausia, su sabiduría, sus cuerpos y su actitud ante la vida. Frente a la sororidad de Anne con Ana, la comparación automática con otra mujer, Cristina Pedroche, en el papel de atolondrada. Muchas campanadas tienen aún que sonar para que cambie de verdad todo este cuento.

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