Dejad que se acerquen a mí

Las vallas para mantenerles lejos de los abonados han dividido a la ciudad en dos clases sociales

Rondaba el año 1846 cuando algunos ciudadanos hispalenses propusieron crear la Feria de Sevilla. Tanto gustó la idea que dos años después, el Duque de Montpensier decidió montar la primera caseta privada para él y sus amistades. Evidentemente, como deseaba que sus invitados fuesen de su mismo nivel social, la puso tan lujosa como le fue posible y colocó a sus criados para controlar los accesos. Hoy sólo 18 de esas casetas son de libre acceso y más de 1.000 son privadas. De ahí que sus gobernantes analicen cómo pueden abrir al público esta conocida feria, dada la escasez de visitantes foráneos sin invitación que recibe. Y en Málaga, mientras otros tratan de corregir sus históricos errores, parece que hemos emprendido el camino para privatizar nuestra Semana Santa. Para ello no hemos dudado en imitar al Duque de Montpensier, es decir, dar prioridad para los que paguen y el resto que esté lo más alejado posible, vaya a ser que también quieran disfrutar de su fiesta popular malagueña.

Evidentemente el disgusto de muchos ciudadanos ha sido mayúsculo. Las vallas para mantenerles lejos de los abonados han dividido la ciudad en dos clases sociales. Sólo ha faltado ponerles concertinas para que las imágenes del gentío colgado en ellas hubiesen recorrido el mundo entero. Pero ¿a quién se le ocurrió semejante despropósito? La excusa de las medidas de seguridad no justificaba mantener todas las calles aledañas al recorrido oficial como vías de evacuación ¿acaso en vez de una ciudad moderna tenemos una central nuclear?

Realmente apena ver como todos aquellos jóvenes que, en un futuro no muy lejano, podrían haber sido hombres y mujeres de trono, no tuvieron la posibilidad de acercarse a sus imágenes. Cabe pensar que éstas representan a Quien un día dijo "dejad que los niños se acerquen a mí" y al que rodeaban, allá por donde pasaba, los más pobres y desheredados de esta tierra. Una de las riquezas de nuestra Semana Santa siempre fue la explosión popular de devoción que surgía por cada rincón. Ver ahora en la televisión a un conjunto de sillas de abonados en las tribunas y calles principales, algunas incluso con personas sentadas, dan muestra de una frialdad y mercantilismo muy distantes de la realidad de esta ciudad. Y para todos los que invitamos a otros ciudadanos del mundo a visitar nuestra otrora hospitalaria tierra ha supuesto una vergüenza ajena difícil de encajar.

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