Quousque tamdem

Luis Chacón

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Delirios municipales

Churchill: "El problema de nuestra época consiste en que sus hombres no quieren ser útiles, sino importantes"

Nunca está de más recurrir a Churchill. Al fin y al cabo, estuvo más de medio siglo en política, formó parte del gobierno británico durante la Primera Guerra Mundial y lo encabezó en la Segunda, ganó y perdió elecciones, casi cayó en el olvido en los años treinta y resurgió en las horas más oscuras para conducir al país hacia la victoria. Así que después de leer las ocurrencias de un buen número de alcaldables, he recordado una frase suya que siempre me ha parecido soberbia: "El problema de nuestra época consiste en que sus hombres no quieren ser útiles, sino importantes". Y aquí está el quid de la cuestión: en la obsesión por trascender.

La historia -Carlos III, el mejor alcalde de Madrid- y el teatro -El Alcalde de Zalamea de Calderón o El mejor alcalde, el rey de Lope- han influido en esa mitificación de la alcaldía como el lugar idóneo para pasar a la posteridad de las placas de mármol y las guías turísticas. De las primeras hay miles repartidas por toda la geografía nacional y ni una socorrida búsqueda en internet nos sacará de dudas sobre a quién o a qué se refieren y las segundas no suelen aclarar nada. Entiendo que a los descendientes del ilustre mencionado les emocione leer que siendo alcalde o presidente de la Diputación tal o cual, se procedió al asfaltado, alcantarillado o embellecimiento de una calle, plaza, parque o río. La placa, ni es cara, ni hace daño. Solo es pretenciosa. El problema real, y está muy extendido, surge cuando la necesidad de trascendencia sublima y el candidato aspira a transformar radicalmente la ciudad. A modernizarla -no olviden que la Junta de Andalucía hasta numeraba las modernizaciones-, a convertirla en un referente -miedo me da- o a erigir infraestructuras futuristas con presupuestos de lata de cerveza y paquete de pipas. Las ciudades cambian despacio. Los bulevares parisinos del barón Haussmann o la vienesa Ringstrasse surgida de la demolición de sus murallas no son obras de un mandato. Ni de una persona. Quizá por eso, la mayoría de estos delirios, más propios de la ciencia ficción de serie B que de las necesidades reales de las ciudades acaban cayendo en saco roto y se recuerdan por viejos titulares de prensa y polvorientas maquetas arrumbadas en almacenes municipales. A veces sufro pesadillas imaginando algún alcalde tañendo la lira desde el balcón del Ayuntamiento y viendo arder su ciudad como un Nerón redivivo.

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