La chauna

José Torrente

torrente.j@gmail.com

Democracia s. XXI

La modernidad 3.0 ha impuesto tal violencia anónima en el debate que produce desapego a la política

En mi adolescencia, en ese paseo imaginario que hacía por el futuro, jamás pensé que habría en España tanta intolerancia como la que hoy veo contra el discrepante. Vi cómo se iban abriendo los días de la libertad con la timidez propia de la falta de costumbre, y viví con esperanza aquellos mítines de fresca apertura, repletos de carteles, pegatinas y colores, de partidos históricos y recién creados, mensajes nuevos que apagaban el blanco y negro del que salíamos tras la muerte del dictador.

Era un joven adolescente que veía la transición política con interés, a pesar de mi edad. Imaginaba una España mejor, sin rémoras cortando el paso del ansiado progreso. Nunca sentí el odio, vi ilusión entre los llamados a votar. La política era reivindicativa, no agresiva y chabacana como hoy es. Hubo acuerdos, con nuestra Constitución como ejemplar inicio. Grandes avances que fueron posibles con aquellos pactos políticos que ahora tanto extrañamos.

La modernidad 3.0, paradójicamente, ha impuesto tal violencia anónima en el debate, tanta intolerancia contra quien no opina igual, que produce desapego a la política. En esta democracia europea del siglo XXI veo cómo a una candidata del PP le quieren impedir violentamente poder hablar en la UAB de Barcelona, como lo hicieron con la de Cs. También veo a radicales independentistas vascos dirigirse al mitin de Vox bajo el canto de "españoles, hijos de puta". Vi agredir a Rajoy en Pontevedra, leo insultos de ida y vuelta, y cómo se acusa a partidos democráticos de "provocadores" por ir a según qué sitios. Entristece asistir al olvido del dolor de quienes pusieron los muertos, ese innecesario ejercicio de radicalidad antidemocrática, con el que pactó Pedro Sánchez y se alía Podemos.

¿De qué nos vale el grito de libertad, paz o progreso si no dejan ni decidir libremente a los que difieren, ni son pacíficos con los que discrepan? ¿Por qué siempre son los mismos quienes vigilan lo que pensamos, y obstruyen (lo intentan) que se pueda decir? ¿La coacción y el escrache son más útiles que un buen debate?

Lo democrático no es compartir necesariamente lo que se dice, sino permitir que se diga, y estar en contra de que no se pueda decir. El pensamiento único es ajeno a la democracia, y las ideas impuestas son el germen de su destrucción. Se usan las urnas para decidir gobiernos, no para quitar la palabra, verter amenazas ni rendir pleitesía al miedo. La democracia es más útil si garantiza la pluralidad.

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