El lanzador de cuchillos

Democracia sin partidos

La democracia, tal como aún la entendemos, sólo se salvará si continúan existiendo partidos responsables

Se han puesto de moda en el ámbito de la sociología política las siglas anglosajonas NPD, en español DSP, es decir, "democracia sin partidos". Contra lo que pudiera parecer, la abreviatura no advierte de la desaparición de los partidos. Quiere decir, más bien, que éstos empiezan a transformarse en algo distinto de lo que conocíamos y a lo que estábamos habituados. Y es así porque el populismo -y, consecuentemente, el debilitamiento del sistema de partidos consolidado- ha irrumpido en muchos e importantes países del mundo occidental. Sólo hay que pensar en la victoria presidencial de Trump en 2016, conseguida, además, desde las mismas entrañas de una organización tradicional como el Partido Republicano, o en el Brexit, hecho insólito que se inscribe sin duda en la estela antieuropeísta del populismo, o la proliferación y el éxito electoral en el Viejo Continente de movimientos neofascistas (Amanecer Dorado en Grecia, los partidos xenófobos centroeuropeos y escandinavos) o de derecha intransigente (Le Pen en Francia, la Lega de Salvini en Italia o Vox en España). No faltan tampoco, para completar el cuadro, los partidos antisistema y ultraizquierdistas, como Podemos en España, Syriza en Grecia y, en menor medida, el M5S italiano.

Como decíamos al principio, esto no quiere decir que en las democracias occidentales hayan desaparecido los partidos clásicos. Existen y en muchos países aún gobiernan, pero en un ambiente cada vez más hostil y sometidos a presiones ambientales -internas y externas- cada vez mayores. Y, sin embargo, es fundamental que las viejas formaciones políticas recuperen el aliento y el prestigio -la pérdida de los cuales en gran medida debe ser achacada a ellas mismas- que las llevó en su momento a liderar la sociedad desde la responsiviness (acogida de las demandas ciudadanas), atemperada por la responsability (la defensa del interés general más allá de las opiniones del momento). La muerte de la democracia representativa que prescriben los populistas, en aras de una supuesta democracia directa, lleva siempre -tenemos suficientes ejemplos de ello- a la polarización, el rechazo del pluralismo, la supresión fáctica de la división de poderes, el rechazo de las minorías y la desaparición de los mecanismos institucionales que garantizan la rendición de cuentas.

La partitocracia sin partidos es, sencillamente, el poder ilimitado de los partidos sin responsabilidad. La democracia, tal como aún la entendemos, sólo se salvará si continúan existiendo partidos responsables. De lo contrario, todo saltará por los aires y el mundo occidental se poblará de fantasmas que ya creíamos enterrados.

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