Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

Derrota en Vitoria

VITORIA pasa por ser una de las ciudades con mayor "calidad de vida" de España según los rankings. También es un referente nacional en lo que se da en llamar movilidad sostenible, y más concretamente en el uso de la bicicleta en la urbe. Sus indicadores de uso de la bici para ir a trabajar y pasear son casi inigualables. Como se deduce de todo ello, también es tenida Vitoria por una ciudad amable y gustosa de vivir y para convivir. Por eso he leído con sorpresa esta semana una noticia: debido a las "importantes fricciones" entre ciclistas y viandantes, el Ayuntamiento vitoriano ha prohibido el uso de la bicicleta en el centro en ciertas franjas horarias. No sólo me invadió al leerlo la sorpresa, sino también una suerte de desesperanza que, en el fondo, estaba cantada. Me parecía confirmar lo inexorable, pero, ¿en Vitoria? Me explicaré.

Este periódico tuvo a bien publicarme hace pocos meses un artículo sobre el uso de la bici en nuestra tierra, donde el precedente de Sevilla, con su extensísimo y aún joven carril-bici, había sido sucedido por otros proyectos municipales de la región, quizá culminados por la pomposa ley de la bicicleta promovida por la consejería de Fomento de la Junta de Andalucía (pomposa, por presentarla como "palanca del cambio de modelo productivo" andaluz). En aquel artículo, y disculpen la autocita, opinaba que se estaban perfilando dos grupos de ciudadanos en este asunto: los que odian la bici y sus logros, y un minoritario pero excesivo grupo de ciclistas incívicos, con sus facciones cafre y conversa. Además, estaban los novatos, inseguros e igualmente inquietantes; pero con éstos la indulgencia es debida. Aunque la gran mayoría de ciclistas es gente normal y respeta a los peatones como principio cero, y aunque la gran mayoría de los no ciclistas no se toma el éxito de las dos ruedas como algo personal, me parecía claro que estas fricciones -por usar el término que utilizan los munícipes vascos- iban a acabar en mayor regulación y prohibición, en multas crecientes, en obligaciones en el aparcamiento y el uso del casco, e incluso en la obligatoriedad de hacerse un seguro de circulación. O sea, en la victoria final de los recalcitrantes antibici. La conclusión es clara: si Vitoria -esa ciudad y esa gente...- se ve forzada a poner pie en pared ante la guerra de baja intensidad entre muchos peatones y ciertos ciclistas que no son pocos, ¿qué no va a pasar más pronto que tarde en una ciudad de menor cocción cívica como más de una de las nuestras?

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