A los políticos modernos de todo signo les encanta hablar de cifras, de inversiones de miles de millones. Aquí en Andalucía se hace con frecuencia con los millones que se inyectan en el sistema público de Salud. A falta de ideas, buenos son los números. Esa borrachera de cantidades no embriaga a los ciudadanos, porque notan en sus carnes cómo se deteriora la atención primaria o las revisiones a los enfermos crónicos. El actual Gobierno de la Junta no olvida añadir al esfuerzo inversor que toda anomalía o carencia es culpa del régimen anterior, de la herencia recibida.

Y mientras, el común de los mortales no sabe qué hacer si se ha aplazado su cita con el especialista y nadie le da noticia de cuándo será la próxima. A un amigo mío, que tenía problemas de espalda, lo mandó su médico de cabecera al rehabilitador el 29 de noviembre del año pasado. Primero declararon "diferida" su petición, con la promesa de que antes de dos meses le atenderían. Pasado ese tiempo con creces, cuando reclamó le dijeron que le habían mandado una cita y no había acudido. Mi amigo bromeó con que quizá el envío fue por paloma mensajera, porque nada le llegó por mail, teléfono o correo postal. Finalmente lo convocaron para el 19 de marzo. Llegada la fecha, como ya estábamos en alerta, confinados y el SAS desbordado, lo llamaron -esta vez sí- para anular la cita.

Otro amigo, que padece de glaucoma pasaba revisión cada nueve meses en el Hospital Civil de Málaga. La última de mayo se la aplazaron sin fecha y nadie le ha dado noticia de cómo le atenderán de nuevo. Esta evaporación de compromisos a lo mejor figura en algún expediente o alguna estadística. Y mejor que contar millones delante de las cámaras sería que las autoridades sanitarias explicasen a los miles de perjudicados que tienen conciencia del problema y están reprogramando la asistencia. Entretanto, ante el silencio administrativo, la gente pide socorro en la medicina privada.

Se han hecho muchas chanzas por el estilo de comunicación castizo del consejero de Salud. No es una desventaja que un político diga lo que piensa sin atenerse al habitual argumentario de laboratorio leído mecánicamente ante un teleprónter. El consejero podría sacar partido a su espontaneidad y explicar el destino de las citas desaparecidas, si hay lista de espera o dónde puede reclamar un paciente que sienta que le han olvidado después de seis u ocho meses. También aclarar por qué servicios que ya estaban saturados como Urología del Hospital Clínico de Málaga atienden con eficacia a sus pacientes, mientras otros han colapsado o parecen haberse evaporado.

La gente ya vive la pandemia con mucha ansiedad, añadir esta desatención hace que cunda el desánimo. La cosa se agrava si encima le empiezan a hablar de los miles de millones que se están invirtiendo y no se ven por ninguna parte. Es como añadir el insulto al agravio.

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