Desmiente que algo queda

En episodios donse se pueden mezclar multitud de ingredientes informativos, también suele aparecer lo peor

En casos extremos, como el del niño Julen, el periodismo suele dar lo mejor de sí pero también muestra su peor cara, la que nos resta importantes dosis de credibilidad. Informadores y fotógrafos de numerosos medios de comunicación se han volcado con interminables horas de vigilia, implicándose tanto que no querían abandonar esa primera línea informativa.

Cuando se sigue desde el inicio una historia quieres estar presente hasta su conclusión. Pero un suceso como éste, que ha acaparado la máxima atención del público, obliga a un esfuerzo imaginativo para conservar una audiencia ávida de noticias. Sobre todo cuando no hay nadie en el mundo que pueda permanecer insensible ante un acontecimiento protagonizado por un niño de dos años y una desesperada lucha contra el reloj para hallarlo.

El desafió es cómo afrontar esa demanda de noticias si, prácticamente, nada sucede. O, para ser precisos, cuando los hechos se mueven con una lentitud exasperante para satisfacer el nuevo canon de la instantaneidad, que exige alimentar constantemente con productos novedosos los medios digitales para incrementar los consumos. El riesgo de trivializar o banalizar las informaciones es más que evidente. O convertir un drama en un espectáculo de entretenimiento. Porque, más allá de la dedicación profesional de los protagonistas del triste rescate y la tragedia de los familiares del niño, el guion de la historia consistía en las alternativas previas, los preparativos y la construcción de un túnel. Sólo la evidencia de que el relato sí o sí concluiría con un desenlace previsible, garantizaba una atención creciente con cada jornada de incertidumbre.

Pero cuando en un episodio de este tipo se pueden mezclar multitud de ingredientes informativos, también suelen aparecer los rasgos que identifican lo peor del periodismo. Los bulos del wasap que reinan en este tipo de casos, acaban publicados en páginas digitales dirigidas por profesionales que en su día consiguieron un merecido prestigio y que ahora necesitan acumular clics a toda costa para subsistir. Da igual el precio. Eso sí, apelando a una supuesta deontología profesional, se embadurnan los disparates con acotaciones del tipo, "es una hipótesis", "no hay confirmación en fuentes oficiales", etc.

Casi me parece más despreciable el comportamiento de medios tradicionales, y que figuran en la categoría de prensa de referencia que, con la buena intención de denunciar los bulos que circulan por los móviles y desmentirlos, aprovechan para transcribirlos con todo detalle. Una maniobra zafia que asegura la viralidad. Siempre lo mejor y lo peor de nosotros a la vez. No es para exhibir orgullo.

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