Diario de una cuarentena

El día que nos dejen salir, lo de los supermercados va a ser un chiste al lado de lo de los bares

Cuarto día de cuarentena: llevo nueve meses sin mojar. La pandemia del coronavirus va a servir para que, por primera vez en la historia, los casados jodan más que los solteros. Aunque tenemos que controlar el tema de la natalidad. No podemos dejarnos llevar por el pánico y ponernos todos de golpe. Si lo hacemos, dentro de nueve meses colapsaremos las maternidades de los hospitales. Y será Navidad y coincidirá con la Feria de Sevilla, y la Semana Santa y las Fallas, y la predicción de Misión Imposible 2 se habrá hecho realidad y volverá el caos. Según el WhatsApp, los italianos ya han tomado las primeras medidas y han prohibido las orgías. Aunque al final no nos harán falta para descubrir quién es rubia realmente. El Gobierno intentó impedirlo decretando que las peluquerías se mantuvieran abiertas, pero al final ha tenido que claudicar. De momento, lo único que he descubierto es la vocación de pinchadiscos del vecino de enfrente. Animado por los aplausos de las ocho a los sanitarios, ahora nos despierta a los que seguimos durmiendo los domingos a la hora del Ángelus con el himno de España a toda cebolla. Después de que anoche nos obsequiara con el novio de la muerte, sospecho que está a un paso de proponernos que reconquistemos Gibraltar a salivazos. Claro que tendríamos que ir con los perros, que es la mejor excusa para salir de casa después de que cerrasen las peluquerías. Como el mío ya se esconde detrás de la puerta cuando me oye y la aplicación que cuenta los pasos en el móvil me ha preguntado si me habían secuestrado, decido subir a la terraza del bloque a dar un paseo. Imposible. Está más concurrida que un bar de guiris en Benidorm y los municipales amenazan con presentarse a la hora del refrigerio. Vuelvo a casa y me pongo a ver Megaestructuras. Dan un documental sobre el funcionamiento del carrito del súper bajo docenas de yogures, flanes y rollos de papel higiénico. Tanta comida junta me da hambre y acabo con todos los Donetes que tenía para estas dos semanas. Me da cagalera y acabado con todo el papel. No quiero morir con el culo sucio, pero la vecina (que si sale de esta tendrá que reconocer que no es rubia) me ha negado un rollo. Dice que no es Cofidis. Puede que supere la cuarentena, pero acabaré con diez kilos más. Ahora bien, el día que nos dejen salir a la calle, lo de los supermercados va a ser un chiste al lado de lo de los bares.

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