Diario de una cuarentena (X)

En España se suceden manifestaciones auspiciadas por los mismos que critican que se celebrase la del 8-M

Novena semana de cuarentena y por fin me puedo tomar una cerveza con torreznos. ¡Al carajo la dieta y el confinamiento! Saludo con el codo, dos metros de separación con mi compañero de viandas y algo más a las otras mesas me hacen sentirme a gusto. Pero no más libre, porque nunca he dejado de serlo pese al confinamiento. En Alemania ya se ha reanudado la liga de fútbol mientras que conspiracionistas, antivacunas y otras tribus reclaman libertad para hacer lo que les venga en gana. Se espera que en breve se sumen a la protesta los porteros de los equipos de fútbol, históricamente encadenados a los palos de las porterías y a los que solo les permiten cambiar de campo tras cuarenta y cinco minutos de partido. Una desgracia inevitable para no descender de división. En España se suceden manifestaciones auspiciadas por los mismos que critican que se celebrase la del 8 de marzo. En una sociedad en la que algunos se empeñan en enfrentarnos a unos con otros, el virus siempre lo transmiten ellos. El número de contagios sigue siendo más alto que cuando el gobierno no tomó las medidas que tampoco nadie pidió y que ahora se empeña en mantener contra la opinión de los que, haciendo uso de la libertad que ven amenazada, piden que supriman para evitar las consecuencias económicas que antes habrían tenido. La libertad que el franquismo materializó en un Seiscientos y un pisito en un polígono impide que Borjamari pueda vivir encerrado sin disfrutar de su segunda residencia. Aunque sea a costa del cabreo y preocupación de los vecinos que allí tiene la primera y ningún lugar a donde ir. España es un país con sus libertades en peligro en el que los más avispados son capaces de entrever en una nueva ley de educación los primeros pasos para convertirnos en un sucedáneo del Irán en el que se colgaba a la gente de las farolas. Ignoro qué tendrán que estudiar los alumnos del bachiller de mañana por videoconferencia, pero es evidente que un poco de filosofía les vendrá como anillo al dedo. Quizás así alguno sea más libre después de entender cómo es posible defender la ideología contra el testimonio de los sentidos y la inteligencia, y aprender de Shopenhauer que una de las estrategias más antiguas para salirnos con la nuestra es poner al lado de la mentira una verdad compartida que dote de rigor a nuestra falacia. De momento, el jueves me cortaré el pelo porque esta semana soy un poco más libre.

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