Ojo de pez

pablo / bujalance

Dieta blanda

SERÁ que uno ve conspiraciones por todas partes, pero a un servidor le resulta cuanto menos sospechoso que el Parlamento Europeo emita su autorización para la distribución en el Viejo Continente de insectos en virtud de su consumo alimenticio casi el mismo día en que la Organización Mundial de la Salud denuncia cualidades cancerígenas en las carnes rojas y manipuladas (es decir, el 90% de la mercancía). Ya que de conspiraciones hablamos, podemos afirmar que a la doctrina del shock, ahora que se habla de recuperación económica (con toda la cautela), le quedaba pendiente la guinda en el estómago. El ciudadano europeo medio se ha acostumbrado a no trabajar o a hacerlo por la mitad del salario que percibía antes de la crisis, a ver cómo quienes piden su voto dilapidan a base de corrupción el sistema público que sostiene como contribuyente (mientras Hacienda invoca amnistías sólo para usuarios de los paraísos fiscales), a temer un inminente ataque terrorista cuando tantos se habían apresurado a pregonar la paz (no faltan obispos que clamen al cielo por el trigo sucio) y a aguardar un próximo crack en las bolsas asiáticas que vuelva a poner la prima de riesgo por las nubes y justifique una reforma laboral aún más severa. Sólo le faltaba familiarizarse con los grillos a l'ast para convertirse en el esclavo perfecto.

La jugada, en todo caso, ha sido magistral, digna de los jesuitas de antaño. La izquierda europea ha aprendido a revestir de moral su conquista ideológica y, por ahora, el siglo le está dando la razón. Tan sólo había que añadir un matiz simbólico a los elementos: ya The Smiths cantaron como pioneros Meat is murder, y sí, a la carne se le supone un origen doloroso, injusto y torturador; pero la ingesta de insectos, verdadera conquista social de los fundamentalistas del ecologismo más destructivo, se promociona ya como una opción saludable y solidaria con los más desfavorecidos, óptimo complemento del veganismo urbanita que tan bien luce en las portadas de los suplementos dominicales. Es decir, tal y como predijo Nietzsche, el mejor modo de que el decadente europeo se tragase el sapo era hacer del mismo una moral: alojado en la servidumbre, su mayor consuelo proviene de su capacidad para denunciar a quien no comulga como enemigo del orden y de los nobles principios de la sociedad democrática.

De modo que al librepensador no se le reconoce tan sólo, como advirtió Bradbury, por leer libros en lugar de máquinas. También por comerse un filete de vez en cuando. Qué pena que sea estar vivo lo que reporte más papeletas para dejar de estarlo.

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