Era inevitable que, conocido el pacto de gobierno entre PNV y PSE, surgieran un rosario de similitudes y diferencias entre ese acuerdo, labrado con discreción y prontitud, y las dificultades que se ha tenido en España para elegir un presidente de Gobierno. Es cierto que el partido vasco pertenece al campo ideológico de la derecha y que su principal significación política es el nacionalismo, dos aspectos que parecían constituir las líneas rojas de los socialistas para rehuir un acuerdo político. Pero la verdad es que, contrariamente a lo que suponía el PP o los independentista catalanes, la formación vasca es un partido de inequívoco origen democrático, sin adherencias autoritarias ni franquistas, no aparece, que se sepa, agujereado por frecuentes casos de corrupción, no plantea pretensiones soberanistas y en el ejercicio del poder siempre ha mantenido diálogo y acuerdos con los socialistas. Por tanto, por más que se pretenda plantear como contradictoria la actitud del PSOE en en el caso nacional y en el caso vasco, lo cierto es que hay sustanciales diferencias que pueden justificarlo.

Pero hay otra diferencia que explica aún más la actitud de socialistas y nacionalistas para haber llegado a un gobierno de coalición. Aunque no pueda parecer trascendente, el sistema de elección del presidente del Ejecutivo, que solo necesita mayoría simple sin que exista el voto negativo, ha facilitado sin duda alguna ese pacto. No se trataba ya de que la decisión del PSE sirviera para facilitar o impedir el gobierno del lehendakari nacionalista sino que, en principio, y salvo un rarísimo e incompresible pacto a cuatro, la dirección del gobierno correspondía de manera automática al PNV y la decisión sólo versaba sobre el carácter de ese gobierno; nacionalista o plural. La singularidad del estatuto vasco, también parecido al asturiano, favorecen y aconsejan los pactos de gobierno sin traumas ni graves conflictos. Hay que admitir que nuestra Constitución no ha estado muy afortunada a la hora de regular la elección del presidente de Gobierno (a las pruebas me remito) y que sería necesario con humildad ir buscando otras fórmulas que faciliten la gobernabilidad. Y esta preocupación hay que hacerla extensiva a otras comunidades autonómicas, entre ellas a Andalucía que, salvo cataclismo político, será la primera en convocar elecciones y, aunque todo el mundo anhele conseguir mayorías holgadas, lo cierto es que el panorama arroja dudas sobre una futura gobernabilidad si no se modifica el actual sistema de elección presidencial. Y el tiempo vuela.

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