de rebote

José Manuel Olías

Dinero ajeno

ES muy fácil opinar sobre qué hacer con el dinero ajeno. Por ejemplo, un hincha de un equipo de fútbol (hay un nuevo ministro que se declaraba hacía mes y medio hooligan del Real Madrid en un artículo de prensa) tiende a pensar que su club se gasta poco. Incluso tras una inversión tremenda como la realizada por el jeque este verano la creencia más o menos generalizada es que a este Málaga le vendrían de perlas un par de retoques para apuntalar un equipo con fisuras. Del bolsillo ajeno sólo tiene una noción clara el propietario de ese bolsillo. Incluso los archimillonarios aparecen en listas ordenadas. Todos sabemos el dinero que tenemos y de dónde procede. Aunque a veces existan agujeros negros en el extracto bancario que no sepamos explicarnos. Alguna factura de alguna empresa que estafa sin pudor y que infla los números. Y encima hace campañas de publicidad vomitivas.

Fantasear con el dinero ajeno y qué se haría con él no hace daño. Lo malo es apropiarse de él indebidamente y encima pavonearse. Los escándalos de corrupciones que salpican estos días los medios evindencian que el trinque como cultura está instalado también en las altas esferas. El dinero negro fluye a baja escala, la economía sumergida florece. Es algo de lo que todos tenemos constancia. No se sostienen de ninguna manera más de cinco millones de parados si por detrás no hay sustento.

Más allá de urdangarines, farras pagadas con subvenciones de parados, estatuas de políticos en aeropuertos fantasmas o estrambóticas no inauguraciones de museos, la certeza es que se lo ha llevado caliente mucha gente distinta. No hay distinción de partidos ni siglas ni de ideologías. Apropiarse del dinero ajeno y malgastarlo es un delito. Sea quien sea, caiga quien caiga.

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